sábado, 2 de octubre de 2010

¡JOSEFINA SE MARCHÓ!

Una noche de verano,
-Llegó el maldito ladrón—
A robar a quien yo amaba
Con todo mi corazón.
Primero, la hizo sufrir,
No la dejó respirar,
Ahogándola, poco a poco,
Porque es muy sabio en matar.
¿Por qué rondas esta cama,
Y haces sufrir a mi esposa?
Y no quiso responderme.
¡La muerte, es horrorosa!
Cuatro noches la velaron,
Haber si la muerte huía;
Pero la muerte es muy fuerte,
Y más que la perseguía.
¡Ya te ha llegado la hora!
¿Por qué te resistes tanto?
¿No ves que Cristo te espera?
¡No tengas temor ni espanto!
Y la muerte se esforzaba,
Sin amor ni compasión;
Y le arrancaba la vida,
Con su fuerza y su tesón.
Josefina iba cediendo,
Con mucha pena y dolor;
Porque a todos los que amaba,
Los tenía alrededor.
La muerte, se acerca al lecho,
Y algo triste le contó,
Pues fue perdiendo el respiro,
¡Y todo se terminó!
¡Por un maldito pecado,
La muerte se engrandeció,
Y con ella nos iremos;
Y el mundo la obedeció!
Y yo, a la muerte hablaba.
¡La muerte no se ausentó!
Y nunca me respondía;
Pero le insistía yo.
¡Déjamela, un par de años,
Y vamos juntos los dos!
¡La muerte se quedó muda,
Quise verla y se marchó;
Pero llevó a Josefina,
La esposa que Dios me dio!
¡Ahora te escribo llorando!
¡Que solo me veo yo!
Lloro, y beso tus ropas,
Lloro, y te pido perdón;
Porque no marché contigo;
Pues Dios me lo prohibió.

Cecilio

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