sábado, 16 de octubre de 2010

LA BUENA SEMILLA

Sigo luchando fielmente,
y he de ganar la partida.
No la daré por perdida
ni la ganaré por suerte.
Yo lucho contra la muerte
que quiere robar mi vida.

Luchar, es mi obligación;
pues mi vida fue un regalo
que Dios me dio con agrado,
y tengo la obligación,
de adorarle con pasión
por todo cuanto me ha dado.

Los hijos de mi Señor
admiten todos los males;
mas no todos son iguales;
pero traen sufrimientos,
calamidades, tormentos,
fruto de nuestras maldades.

Nacimos siendo inocentes;
pero por una manzana,
una mujer pura y sana,
perdió toda la inocencia,
y al no obrar con obediencia,
se hizo una mujer pagana.

Salimos del Paraíso
perdidos por la vergüenza;
mas Dios que tuvo clemencia
nos obligó a trabajar,
a sufrir y hasta enfermar,
todo por desobediencia.

El mal, no es un fruto seco,
ni tampoco se murió,
se alimentó -creo yo-
de la herencia recibida,
y yo, pagué con mi herida
la fruta que ella comió.

El mal, se corta y se crece,
porque que al podarlo, retoña,
y no lo digo con “coña”;
ya que está bien demostrado
que del maíz bien cuidado,
se come buena “boroña”.

“De tal palo, tal astilla”,
esto me hace comprender,
que debo reconocer,
que mi fruto fue heredado,
y aunque lo tengo callado,
se descubre alguna vez.

Todos somos herederos,
salimos del mismo palo,
nos dejaron mal regalo,
y ahora con mucho dolor,
no plantamos ni una flor,
para darla de regalo.

Solo ha existido en la tierra,
un hombre, que no ha heredado,
sangre de aquel que ha pecado,
porque este hombre fue perfecto,
es decir, sin un defecto,
porque no nació manchado.

Su sangre, no es de mujer,
ni tampoco de varón,
es sangre de la razón,
es sangre de la verdad,
y no heredó la maldad
como la he heredado yo.

Su sangre, es salvación
que nuestro ser purifica;
mas todo aquel que critica
con el veneno en su lengua,
que su razón le detenga,
ya que su boca es maldita.

Con sano arrepentimiento,
si le adoras con tu boca,
tu corazón se desboca
clamando por el perdón.
Esto es obrar con razón,
y así nadie se equivoca.

Nos amargó la manzana;
mas su sangre nos lavó,
y esto no lo digo yo,
me lo ha dicho su Palabra,
semilla de quien bien labra,
cuyo fruto Dios me dio.

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes
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