Los amantes de las guerras
pueden sentirse felices
por seguir las directrices
de aquellos que nos aterran.
Hoy hay aves carroñeras
que tienen mucho apetito,
y siempre están dando el grito:
¡Somos dueños de la tierra!
Libranos Señor del hombre,
que abusa del inocente;
hasta de forma indecente,
y no recuerdan Tú nombre.
Tienen armas muy modernas,
llamadas inteligentes,
para matar a las gentes
que se encuentran indefensas.
Los niños quedan sin brazos,
otros quedan destrozados,
sin piernas, bien mutilados,
de metrallas y balazos.
Los que matan inocentes
irán ante el Tribunal,
pues todos los que hace mal,
llevan la marca en sus frentes.
Por dominar intereses,
que no quieren confesar,
sé que lo van a pagar,
aunque se crean valientes.
Aquel que apoya una guerra,
es cómplice de un tirano,
y ésta aptitud que me aterra,
no es digna de un se humano.
Aquí no valen las misas
ni valen las falsedades,
solo valen las verdades,
más no las falsas sonrisas.
No matarás –dijo Cristo-
el que clama por tú fe,
pues Jesús todo lo ve,
lo que está mal, ó bien visto.
Por matar, no hay libertad,
como estáis prometiendo;
ni me digas que no entiendo,
pues es una falsedad.
Van muriendo los hambrientos
y los niños inocentes;
porque somos indolentes.
¡Luego no sirven lamentos!
El egoísmo y el odio;
mas la envidia y el rencor,
son causantes del clamor
de esta triste humanidad,
que está llena de maldad,
y ya nos causa estupor,
al contemplar el dolor,
a esta triste humanidad.
Solo hay un consolador
que mitiga nuestras penas,
y dio sangre de sus venas,
para calmar el dolor.
Hay que pedirle perdón
con todo arrepentimiento,
y Él va soplar como el viento,
dentro de tu corazón.
Yo me tengo que humillar
ante quien me dio la vida,
y luego, sufrió la herida,
que tengo que valorar.
Humillarse ante el Señor
es un honor muy cristiano;
y defender a un hermano
cuando sufre algún dolor.
No te inclines ante un hombre,
pues todos somos humanos,
y son sucias nuestras manos,
y no hay limpio más que un nombre.
Solo quien murió por todos,
es el dueño de mi vida,
ya que Él cura nuestra herida;
aunque somos como lobos.
Adoremos solo a Dios
respetando Su Evangelio;
y no existe otro remedio
que Cristo, el Salvador,
el único refrigerio,
porque no existe misterio,
existe el Dios del Amor,
que es el Dios del Evangelio.
Cecilio García Fernández
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