martes, 31 de agosto de 2010

EL SEÑOR JESÚS, ÚNICO SALVADOR

Entre oraciones, o rezos, yo siempre a mi Dios pedía,
que me aclarara mis dudas, cuando no las entendía.
Le hice muchas preguntas, y a todas me respondía,
y estos rezos tan hermosos, los hago todos los días.

Cuando aclaraba mis dudas, mi fervor siempre crecía
y era tan grande mi fe, que jamás me arrepentía.
Cuando le pedí favores, cosa que no merecía,
él siempre me consolaba, con su sabia maestría.

El mundo importa muy poco, ya que todo es vanidad.
El mundo quiere “poder”. No le importa lo demás.
Tanto tienes, tanto vales; pero esa no es la verdad.
Pregunto: ¿De dónde vienes? Y dime: ¿Adónde vas?

Tengo el Espíritu Santo, y no es una fantasía,
y hasta puedo demostrarlo, sin ser ninguna osadía,
ya que Cristo no cambió, ni cambiará ningún día.
Lo que Él promete lo da; Es Dios de sabiduría.

Todo cuanto quiero hacer, lo consulto a mi Señor,
y además tengo respuesta.¿Puede haber mayor honor?
No te sientas importante, te lo pido por favor,
ya que solo somos barro; mas Cristo nos redimió.

¿Dónde tienes tú el poder, si te atreves a decirlo?
¡Mira que no somos nada! No hace falta discutirlo.
Vivimos con ilusión; pero la ilusión es vana.
Hoy te sientes muy feliz, y puedes partir mañana.

No pongas tu fe en los santos, obra de cualquier artista;
pues estás equivocado; Dios no precisa tallistas.
La “idolatría” es pecado; pero de mucha importancia.
Jamás confíes en hombres, porque nos sobra arrogancia.

Si conoces la Palabra, y andas de acuerdo con ella,
ya encontraste la Verdad; Satanás no te hará mella.
Pide perdón a Jesús, que tiene mucha clemencia.
Él jamás Te va a decir: ¡Te pongo una penitencia!


Salinas, 3 Junio 2.000
Cecilio García Fernández.

EL PERDON

MATEO 18: 18-19-20-21-22: De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el Cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el Cielo. 19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos ó tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. 21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor: ¿Cuántas veces perdonaré a mí hermano? ¿Hasta siete? 22 Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aún hasLos versículos citados
nos sacan de toda duda.

Dos hombres, puestos de acuerdo,
son la mejor levadura.
¡No necesitamos hombres,
sino al Dios de la armonía!
que está siempre entre nosotros,
por la noche y por el día.

¡Día de Pentecostés!
Día grande y milagroso,
que nos sacó de las dudas.
¿Existe algo más hermoso?

No necesitamos hombres
“llenos de sabiduría”.
Lo que nos salva es la fe,
y vivir con armonía.

¿Quién está entre Dios y el hombre?
¡Solo Cristo el salvador!
Todos los hombres pecamos.
¡Que no te cause estupor!

¡No te fies, ni de un hombre!
¡Todos somos pecadores!
Tú recurre siempre a Cristo,
que es quien calma los dolores.

El mundo está corrompido,
ya nadie lo pone en duda.
Ahora estás bien advertido,
no cometas más locuras.

Si a Cristo nos entregamos,
de verdad, de corazón,
seríamos como hermanos
defendiendo su razón.

Se terminaban las guerras,
y toda la corrupción,
y ya no habría más quejas
dentro de mi corazón.

El mundo jamás se arregla
con estudios ó cultura.
Se arregla con humildad
con amor y con ternura.

Jesús puede perdonar
siete veces, por setenta.
Si no sabes calcular...,
que alguien te saque la cuenta.

¡Y Jesús no se equivoca!
Él es la Santa razón.
Además de abrir su boca,
nos abrió Su corazón.

Hizo tal obra Su amor,
desde que le conocí,
que hasta me calma el dolor,
y le siento junto a mí.

En Su llamada amorosa,
que yo en mí, estoy sintiendo,
es una brasa preciosa,
que dentro de mí está ardiendo.

El dolor no es ningún mito;
se puede sobrellevar,
el amor, es infinito,
y en todo nos va ayudar.

El que de amor adolece
necesita compasión.
Él tiene lo que merece,
y no hay otra solución.

Hay quien dice: ¡Tengo amor!
pero, llegado el momento,
se descubre, con dolor,
que no lo llevaba dentro.

Eso trae consecuencias,
que pueden ser alarmantes.
¡Aquí no valen las ciencias!
¡Ni tampoco los calmantes!

Hay que tener voluntad,
con una fe, arraigada,
para encontrar la Verdad,
esa Verdad deseada.

Gracias Bendito Señor
por todo mi sufrimiento,
por los ratos de amargura,
que también se llevan dentro.

Cecilio García Fernández-
San Martín de Podes

sábado, 28 de agosto de 2010

EL GRAN PODER

El gran poder se demuestra,
si tienes mucho armamento,
y verás que yo no miento,

Hoy se habla de terrorismo
con suma facilidad;
pero hay mucha vanidad
y también mucho egoísmo.

Hoy los aviones se estrellan
con poder y precisión,
destruyendo la ilusión
de las “dos grandes estrellas”

Que Dios alivie las penas
de miles de corazones,
que sufren, sin más razones,
que llevar sangre en sus venas.

El orgullo americano
sufrió en su carne el dolor;
más otros, de otro color,
saben quien es su tirano.

Millones de niños mueren,
y esto pasa diariamente,
y el americano miente
al decir que es inocente.

Hay guerras por todo el mundo
con armas americanas
y millones hoy, sin ganas,
reniegan hasta del mundo.

Hoy ya se venden los niños
lo mismo que zapatillas,
y trabajan de rodillas,
sin saber que son cariños.

Se mata por fanatismo,
por razones gentilicias,
por dinero ó avaricias,
que para el caso es lo mismo.

Al verles en la pantalla
con sus rostros demacrados,
nos sentimos desolados
porque no damos la talla.
El mundo está corrompido
por la ambición al dinero,
por estar en lo más alto;
que es lo único que veo.

Para cambiar éste mundo
no sirve la fantasía,
ni sirve la burguesía.
¡Siempre digo lo que siento!

Vivimos como palomas
en medio de carroñeros,
no caigamos los primeros,
éstos nunca andan con bromas.

Solo existe un Salvador.
Solo existe una Verdad.
Solo existe un Creador,
que murió por mi maldad.

La sangre de mi Señor
cambia nuestros corazones,
y no existen más razones
que calmen nuestro dolor.

La oración tiene poder;
pero hay que entregarse a Cristo.
¡Un madero está mal visto!
¡No puede hablar, ni morder!

Los maderos bien tallados
son una obra perfecta;
¿pero a quién abren la puerta?
¡Es mejor estar callados!

La misa no es sacrificio,
es un acto rutinario
que celebran siempre a diario,
y hay quien lo llama un oficio.

El sacrificio sangrante
lo sufrió mi buen Jesús,
clavado en aquella CRUZ,
por mí, por ser arrogante.

Hay que recurrir a él
no vivamos de ilusiones.
Pedir por los corazones
que no le quieren creer.

Cecilio García Fernández.

viernes, 27 de agosto de 2010

EL ESPEJO

Los espejos nos demuestran,
que el tiempo pasa volando,
y el rostro se va cambiando,
y el “pellejo” se marchita,
cual flor que se debilita,
nacida, en cualquier campo.
Si no existieran espejos
mi imagen yo no vería,
y mi ilusión crecería,
cerca de mi vanidad,
que es una triste verdad
de la que uno desconfía.
Día a día -yo estoy viendo-
con más pena que alegría,
que vivo de fantasía,
ya que, cuando pasa un año,
vemos, el gran desengaño
por nuestras llagas y heridas.
Mí corazón es muy joven
y mi ilusión se dispara;
pues lo mido con la vara
del que vive de ilusiones,
que son muy malas razones,
pues no sirven, para nada.
Si no existieran espejos,
y se fueran los dolores,
y no existieran rencores,
todo marcharía mejor;
Porque reinaría el amor,
y no habría más clamores.
¡Que corta es la existencia,
y cuanto sufre el humano
luchando con sucias manos,
para vivir con placer,
a costa de un pobre ser,
que puede ser un hermano.
¿Por dónde se va la vida?
-Si es que la vida se ve-
Mirar, que yo no lo sé,
y la tengo consumida,
y voy curando mi herida,
para sostenerme en pié.
Me tengo que conformar,
porque el creador no yerra,
Ni nos mandó hacer la guerra;
pues es un Dios omnisciente,
que conoce al ser viviente,
aunque a muchos les aterra.
Muy malos somos los hombres,
por causa de una mujer,
que no quiso obedecer
el mandato del Señor;
Cometiendo un gran error,
que hoy tengo que padecer.
Hoy la mujer -que es astuta-
se enfrenta al ser más querido,
y ha dejado en el olvido
la fruta que se tragó,
y la estoy pagando yo,
porque Dios me hizo marido.
No matar vuestras mujeres
pues no merecen la muerte;
porque Dios nos dio, por suerte,
a todo el género humano,
para que demos la mano
al indefenso inocente.
Después de Dios, está el hombre,
luego viene la mujer;
que nos hace padecer
con su astucia pecadora,
pero aquel que la deplora
tendrá un mal amanecer.
Por eso existe el perdón;
porque ha existido el pecado,
y alguien que se ha equivocado
no ha querido obedecer,
solo por buscar placer,
olvidando lo pactado.
La mujer que no es juiciosa,
te hace tragar el anzuelo,
sin que te quede el consuelo,
ya que igual se va con otro,
diciendo que eres un potro
que precisas un buen freno.
Si formula una denuncia,
-aunque la misma sea falsa-
ya no comerás más salsa,
pues te echará de tú casa,
y ya sabes lo que pasa,
que va con otro, muy mansa.
Por eso, yo recomiendo,
que hace falta la creencia,
porque el Dios de mi existencia,
sabe muy bien gobernar,
y él, a todos ha de amar,
porque le sobra clemencia.
Pongamos la fe en Cristo,
el Rey de la Salvación,
que ha bajado hasta el abismo,
para darnos el perdón.

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes

EL ENGAÑO

Me han mentido de pequeño, y pagué las consecuencias.
Me han mentido de pequeño, referente a las creencias.
Me han mentido de pequeño, con un buen coste elevado.
Me han mentido de pequeño, ¡Y como me han engañado!

Ya nadie puede engañarme; pues Cristo me abrió los ojos.
Ya nadie puede engañarme; porque he puesto los cerrojos.
Ya nadie puede engañarme, porque fui a la fuente clara.
Ya nadie puede engañarme, pues Jesús todo lo aclara.

Yo me encontraba casado, con un hijo adolescente,
que buscaba siempre a Dios, y lo hacía diariamente.
Yo por saber, por donde andaba, en edad tan peligrosa,
procuré seguir sus pasos, de forma muy cautelosa.

Le seguí hasta una iglesia, que residía en Gijón,
y allí escuche el Evangelio, que es fruto de Salvación.
Allí, cayeron escamas que cubrían nuestros ojos.
¡Todos mis años pasados, fueron de espinas y abrojos!

¿Qué fueron de los rosarios rezados de sacristán?
¡Van cayendo las mentiras, como el no morder el pan!
Se está agotando la farsa de todas las penitencias;
así como “purgatorios”, que se pagan a conciencia.

Las confesiones, engaños. Mentiras aterradoras.
Ahora no valen estampas, ni pomposas procesiones;
Ahora nos salva Jesús, porque le sobran razones.
Jesús nos salva por gracia y no hay más explicaciones.

¡Pocos pagan “indulgencias!" ¡Todo es una fantasía!
Si quieres la salvación, hay que entregarse a Jesús.
Arrepentirse de todo, y seguirle hasta la Cruz.
Luego sí, vienen las obras, que es el fruto de la fe,
si le seguimos fielmente, que es como nos quiere Él.

Hay que leer Su palabra, y Él nos da el entendimiento,
y además cambia las vidas librándonos del tormento.
Si no hay nuevo nacimiento, es porque no existe fe,
que consiste en las promesas de aquello que no se ve.

Ya no existen enemigos. Tenemos que orar por todos,
perdonando las ofensas, pues dejamos de ser lobos.
Con Jesús ya no hay engaños, ni temores por la noche.
Él siempre va con nosotros, incluso dentro del coche.

Él limpió nuestros pecados, orgullos y vanidades.
Él nos ve limpios por dentro. Ya no existen las maldades.
El dolor que me afligía, se ha marchado de mí ser,
por la muerte del Señor, el que me hizo renacer.
¡Oremos por esos niños que se mueren diariamente,
por causa de la avaricia que se anida en tantas mentes!

Cecilio García Fernández.
San Martín de Podes

EL DOLOR

El dolor es el causante
de las mayores desdichas;
Pero es que existe un donante.
-Las cosas deben ser dichas-
El donante es Satanás,
enemigo del cristiano;
Mas, si confías en Cristo,
considérate mi hermano.
El dolor, hay que sufrirlo
con todas las consecuencias;
Además, hay que asumirlo,
aunque no tengas creencias.
Si crees, hay que sufrir,
y si no crees, también.
Luchemos por sonreír,
que nos hará mucho bien.
El dolor, es amargura,
es puro quebrantamiento.
El dolor, nos asegura,
que el vivir, es un tormento.
Vivimos de muchas formas,
pero; ¿Quién vive contento?
¡Cuánto sufre el corazón.
Siempre estamos con lamentos.
Cuando sufres con la mente,
nadie puede estar contento.
El sufrimiento es atroz,
en niveles elevados;
Pero hay algún sufrimiento
que puede ser bien llevado.
Sufres; pues naces sufriendo.
Sufres por seres queridos.
Sufres, cuando estás muriendo.
Sufres, cuando te desprecian.
Sufres, cuando no te aprecian.
Sufres, cuando hay avaricia.
Sufrimos, por la codicia,
Sufrimos, por los rencores;
Sufrimos, por los amores,
Sufres, cuando hay ambiciones,
Sufres, por muchas razones,
que no hace falta expresar;
pues sufres, por contemplar
como mueren los hambrientos,
los que están abandonados,
después de ser explotados,
porque corren malos tiempos.
Sufres, si tienes envidia,
Pues la envidia es un tormento.
Sufres, si trabajas mucho.
¿Cómo vas a estar contento?
Sufres, cuando te desprecian,
Porque te cala muy dentro.
Sufres, cuando ves un niño
que de hambre se está muriendo.
Si hablamos de los ancianos,
también estamos sufriendo;
Pues quedan abandonados
con grandes padecimientos.
Hay quien no quiere a los padres,
porque no dan “rendimiento”.
¿Jamás pensaste en la cárcel,
y en todos los que están dentro?
Allí van solo los “pobres”.
¡La justicia es de lamento!
Los ricos, son “muy honrados”,
Muy felices y contentos.
El mal rico, gran tirano,
lleva el egoísmo dentro.
Tienen muy poco de humanos,
Ni temen el escarmiento;
Pues la conciencia no existe,
o la toman por un cuento.
Vamos a olvidar las penas,
y también los sufrimientos,
Vamos confiar en Cristo.
Es nuestro único sustento.
Él nos ama. Está bien visto,
y es que lo llevamos dentro.
Él dio Su vida en la Cruz.
¡Murió de puro tormento!
La fe que Jesús nos dio,
No nos la arranca ni el viento.
El sufrimiento es muy bueno
para aumentar nuestra fe.
Todo lo que hizo Jesús,
da mucho fruto, y se ve.
Procura amar a tu hermano,
-si quieres seguir a Cristo-
y que muera -el hombre viejo-
Su lugar, es el abismo,
Porque era todo veneno.
Ahora soy otro –no el mismo-
Ahora pertenezco al Cielo.

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes

miércoles, 25 de agosto de 2010

EL DOGMA DEL PURGATORIO

La Iglesia Católica enseña:

1 Que existe un lugar de purificación para los difuntos que mueren con pecados veniales, y para los que, aunque perdonados sus pecados mortales, no han satisfecho a Dios debidamente por ellos.
2 Que por medio de piadosos oficios fúnebres puede acortarse la estancia de estos difuntos en dicho lugar de tormento.
El Santo Evangelio dice:

Que hay un cielo y un infierno; pero no se encuentra en toda la Sagrada Escritura ni una palabra acerca del purgatorio.

La purgación de los pecados se atribuye única y exclusivamente al Señor Jesús, según consta en los siguientes textos:

“Quien haciendo la purgación de nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Hebreos 1:3). La Sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado. (1ª Juan 1:7).

Es hacer una gran afrenta a la gracia de Dios creer que él perdona solamente una parte de la culpa del pecado, y que el mismo pecado, una vez perdonado, tiene que ser expiado con alguna pena por parte del pecador. En la parábola del hijo pródigo no se dice que el padre perdonó al hijo y lo castigó acto seguido, para que satisficiera los pecados perdonados anteriormente, sino que hizo fiesta en casa. (Lucas 15:11-32)

Al ladrón en la cruz tampoco se le exigió otra purificación que la que el mismo Señor Jesucristo estaba haciendo con su sangre preciosa derramada en el Calvario; pues a pesar de confesarse el mismo tan grande pecador, el Señor le dice: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lucas 23:41-43)

El autor de la epístola a los Hebreos dice que el Señor Jesús “con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que ha santificado”.

(Hebreos 10:14) Frente a este texto tan claro de la Sagrada Escritura, ¿en qué lugar queda el dogma del reato del pecado y la necesidad de su purificación en el purgatorio?

En más de veinte cartas apostólicas que se conservan, jamás se recomienda una oración para los fieles difuntos. ¿No sería esto un olvido grave por parte de los apóstoles, si ellos hubiesen conocido la existencia de este lugar de tormento? Pero es evidente que ellos no creían en semejante dogma, pues el apóstol san Pablo afirma que los que mueren en Cristo van a disfrutar inmediatamente de su presencia (Filipenses 1:23 y 2ª Corintios 5:8). Y ya sabemos que, según las enseñanzas de la Iglesia Romana, aun cuando el alma muera en gracia de Dios, es muy extraño que no le queden pecados veniales o algún resto de culpa que debe de ser expiado en el purgatorio. ¿Quién inventó el purgatorio? ¿Quién inventó los pecados mortales y veniales? ¿Porqué los pobres han de tener también desventajas para ir al cielo por no poder pagar los santos oficios?

San Agustín escribe: “La fe católica, descansa sobe la autoridad divina, cree que el primer lugar es el reino de los cielos y el segundo el infierno; desconocemos por completo un tercero”.

En un comentario acerca del pasaje 1.ª Corintios 3:13, declara enfáticamente que aquel fuego purificador que los actuales comentaristas católicos suelen identificar con el purgatorio no es otra cosa que las tribulaciones de ésta vida; y añade:

“No es increíble que algo semejante suceda después de esta vida, y puede investigarse si es manifiesto o no que algunos fieles se salven a través de un cierto fuego purificador.”
La opinión de los paganos.

Si bien no se encuentra en la Santa Biblia el dogma del purgatorio, podemos reconocer su origen recordando que era una creencia entre las religiones paganas.

Platón, hablando del juicio futuro de los muertos, afirma que, “de aquellos que han sido juzgados, algunos deben primeramente ir a un lugar de castigo donde deben de sufrir la pena que han merecido.”

Esta doctrina resultaba muy provechosa para los sacerdotes paganos, porque era la base de sufragios piadosos por los difuntos.

Tal eran las ideas de los paganos a los cuales les fue predicada la doctrina cristiana. No es de extrañar que muchos cristianos, imbuidos de estos pensamientos, al aceptar la nueva fe empezaron a orar por sus difuntos y a recomendar esta clase de oraciones, pero no sin tener la oposición de muchos cristianos piadosos que condenaban totalmente al orar por los que, según la Escritura, descansan en sus trabajos.

Si oramos por los difuntos: ¿Para qué murió Jesús en la Cruz? ¿Quién pretende engañarnos?

Si las almas, según afirma san Agustín, son clasificadas al morir de acuerdo con la elección que hicieron mientras vivían en la carne, todo depende de esta elección. No necesitan las oraciones y sufragios, que sus deudos podrían olvidar. Si cuando vivían merecieron el favor divino lo tendrán; sin que Dios lo retenga hasta que se produzcan los tales sufragios, lo que sería una tremenda injusticia imposible de concebir en un Dios justo.

Desconocemos como Dios va a juzgar los seres humanos en la otra vida. Lo único que nos enseña Jesucristo es que será de acuerdo con diversos grados de responsabilidad según su conocimiento de la voluntad de Dios al cometer el mal; pero no se da en la Sagrada Escritura la menor idea de que podamos beneficiarles ni por ofrendas ni por oraciones.

San Juan Crisóstomo declara: “En donde hay gracia hay remisión, no hay castigo.” El mismo san Bernardo, en tiempo más posterior, cuando el dogma del purgatorio se había abierto mucho camino, dice: “Dios obra con liberalidad. El perdona completamente.”

San Isidoro de Sevilla, en el siglo VIII, escribe: Ofrecer el sacrificio para el descanso de los difuntos, rogar por ellos, es una costumbre observada en el mundo entero. Por eso creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos apóstoles.”

Nótese la debilidad de esta afirmación: “Creemos que se trata”, no sabemos, ni estamos seguros “. Que tal tendencia y costumbre provienen de muy antiguo, no lo pretendemos negar, pues la doctrina pagana al respeto es más antigua que el mismo cristianismo; pero lo cierto es que no se halla tal enseñanza en los escritos que poseemos de los mismos apóstoles en el Nuevo Testamento.

Los católicos suelen aportar como prueba de la existencia del purgatorio algunos textos bíblicos que no tienen valor alguno para tal objeto. Veámoslos:

El primero que cita (pues es el único texto de su Biblia que expresa claramente una idea de purificación después de la muerte llevada a cabo por medio de ofrendas desde la tierra) es un pasaje del 2º libro de los Macabeos, cap. 12:43-46, donde se lee:

Entonces Judas Macabeo, “habiendo mandado hacer una colecta, reunió hasta dos mil dragmas de plata y los envió a Jerusalén para que se ofreciese un sacrificio expiatorio: bella y noble acción, inspirada en el pensamiento de la resurrección, era superfluo y ridículo orar por los muertos. Pensando, pues, que hay una recompensa reservada a los que mueren piadosamente –santo y piadosamente - , hizo un sacrificio expiatorio por los muertos, para que se les perdonase su pecado”. (vv 43:45).”

Este texto probaría algo si se hallase en la Biblia canónica, es decir, en los escritos sagrados que Jesucristo y sus apóstoles consideraron como Palabra inspirada de Dios; pero desafortunadamente es sacado de un libo apócrifo del cual no se encuentra ninguna sola cita en el Nuevo Testamento; libro que fue definitivamente añadido a la Biblia Católica en el Concilio de Trento por el Decreto De Canonicis Scritures, el 8 de Abril de 1546, a fin de tener un libro en la Biblia que apoyara la doctrina romanista del purgatorio, y sobre todo las indulgencias, con tanto éxito combatidas en aquel tiempo por la Reforma.

Con relación a las indulgencias y misas aplicadas, la Iglesia Romana enseña dogmáticamente, aun cuando en la práctica trate de atenuar esta doctrina desde el Concilio Vaticano segundo: Que existe un tesoro de obras supererogatorias, o sea, que sobraron a los santos para obtener la gloria, cuyo mérito puede ser aplicado por el papa y los obispos a los católicos que se hacen acreedores a ello por medio del cumplimiento de ciertos actos de piedad o de donativos a la Iglesia.

Asimismo el sacrificio de la santa misa puede ser aplicado: a favor de los vivos, para obtener favores especiales; y a determinadas almas, para acortar su estancia en el purgatorio, según la intención que los interesados dediquen a las misas, pagando por ellas con arreglo a la tarifa establecida.

Pero el Santo Evangelio declara: Jesucristo, dirigiéndose a los discípulos que envió a predicar, les dice: “Graciosamente recibisteis, dad graciosamente”. ( Evangelio S. Mateo 10:8)

El Apóstol san Pedro reprende a Simón el mago, diciéndole: “Tu dinero sea contigo en perdición, porque has creído que el don de Dios se alcanza con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este ministerio, porque tu corazón no es recto delante de Dios”. (Hechos de los Apóstoles 8:20 – 21). En su 1ª Epístola, 1:18, dice: “ Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra mala conducta, no con cosas corruptibles, como oro o plata sino con la sangre preciosa de Cristo.”
El Apóstol san Pablo declara: “Porque de gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros; porque es un don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8 y 9)

Es evidente que si nadie puede ser salvo por sus propias obras, como en este y otros tantos lugares, declara la Palabra de Dios, a nadie pudieron sobrarle obras; ni ello es concebible teniendo en cuenta que la salvación del alma por toda la eternidad tiene un valor infinito que ninguna clase de obras o esfuerzos humanos puede llegar a compensar plenamente. No existe, pues, tal imaginario depósito de obras de supererogación, y el admitir o pedir donativos a base de semejante supuesto, ya sea para el sostenimiento de los ministros de la iglesia o para la más loable obra de beneficencia que realizase pudiera, es caer de lleno bajo el anatema de san Pedro en su reprensión al mago de Samaria.

La salvación del alma por la fe es un don de Dios y que no puede ser ganado en modo alguno por buenas obras, no es un invento de hombre alguno, sino que llena las páginas de los escritos apostólicos.

Recomendamos a los lectores que lean y mediten las cartas del apóstol san Pablo a los Romanos, Gálatas y Efesios, así como la epístola a los Hebreos, y se convencerán de que no hay doctrina más cierta ni más consoladora en la Palabra de Dios. ¡Pobres de nosotros si nuestra salvación dependiera de nuestros esfuerzos o de nuestro poder económico!. ¡Todos los pobres irían al infierno y los ricos todos se salvarían, entretanto que los “salvadores” se enriquecerían más!. ¡Y más felices, mil veces, si a la fe sincera añadimos un buen caudal de buenas obras, para que al privilegio de nuestra entrada en la gloria, que nos fue ganada completamente por el sacrificio redentor de Cristo, podamos ver añadida una abundante recompensa, fruto de nuestras obras buenas!. En ello consisten aquellos “tesoros en el cielo” que Cristo mismo nos exhorta a procurar.

Pero los teólogos de la Iglesia de Roma, de tiempos pasados, temerosos de que la doctrina primitiva de la salvación por pura gracia, que hallamos casi en cada página del Evangelio y en los escritos de los padres de los tres primeros siglos y que tan admirablemente expone y defiende san Agustín, independizara demasiado a los fieles de su sumisión a la curia eclesiástica, inventaron otra doctrina de la salvación atribuyéndola teóricamente a la obra redentora de Cristo, y prácticamente al mérito de las buenas obras de cada fiel. Es decir, que los méritos de Cristo no son aplicados sino a los que se hacen acreedores a ello ganando de nuevo su salvación con sus obras meritorias; y no solamente por las propias, sino por la de otros miembros de la Iglesia más elevados en santidad, mediante el llamado “tesoro de las indulgencias”.

De éste modo la obra redentora de Cristo carece de valor, se desdora, y por ende, la gratitud que está destinada a producir en los corazones de los redimidos, de las dos siguientes maneras:

1-Por propia vanagloria. Ningún fiel podría entonar con el debido fervor el glorioso cántico que elevan los redimidos en la gloria: “Al que nos amó y nos ha lavado de sus pecados con su Sangre” (Apocalípsis 1:5 y cap. 5 verso 9), si tales redimidos que lo entonan tuvieran que estar sintiendo en el fondo de sus conciencias: “Si es cierto que me fue aplicada la obra redentora de Cristo, pero bastante costó persuadir a Dios que lo hiciera: muchos años de sacrificio en la tierra, y luego muchos más de sufrimiento en el purgatorio. Cristo me salvó teóricamente; pero real y efectivamente fui yo mi propio salvador” Pues este es cabalmente el caso, de ser cierta la teoría Católica Romana en cuanto a la salvación del alma.
2-Distribuyendo y encauzando una parte de la gratitud que al único Salvador se debe, a otros salvadores o cooperadores en el supuesto “proceso de salvación”.

Ello resulta evidente si los méritos de los santos y de la Virgen María son aplicados a los fieles mediante las indulgencias De éste modo Cristo no resulta un salvador completo y perfecto, como se nos enseña en todo el Nuevo Testamento (véase Hebreos 10:14), sino que vendría a ser un medio salvador, cuya obra queda insuficiente y ineficaz, de no ser, de no ser los otros mediadores y cooperadores que se interponen en el camino, ayudando al pecador a hacerse digno de la salvación. En otras palabras: a ganar de nuevo, con sus propios méritos y los ajenos, lo que teóricamente se dice haber sido ganado por Cristo.

Esta es la principal diferencia entre el cristianismo puro, auténtico, de Jesucristo, de los apóstoles, de los santos padres, de san Agustín, y de Lutero, y de la doctrina clerical de Roma de la salvación mediante las obras humanas.

Haciendo decir a la Biblia lo que no dice:
Para que nuestros lectores puedan darse cuenta del apuro en que se han encontrado los teólogos romanistas, para hacer decir a la Sagrada Escritura lo que ellos quisieran que dijera acerca de ésta doctrina, y para demostrarles al propio tiempo el poco escrúpulo de algunos de sus traductores, vamos a copiar un mismo pasaje de dos Biblias católicas modernas.

Debemos de advertirles que las palabras que aparecen en negrita, en una de estas dos traducciones, no se hallan en el original griego; pero fueron añadidas por el traductor:
Muy Reverendo obispo Torres Amat, a fin de acomodar el texto bíblico a la doctrina de su iglesia. Nácar y Colunga, en cambio, fueron más honrados, traduciendo lo que escribió el apóstol san Pablo, sin añadir palabra alguna.

Traducen Nácar y Colunga:
“A fin de mostrar en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia, por su bondad hacia nosotros en Cristo Jesús. Pues de Gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe; que hechura suya somos, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios de antemano preparó para que en ellas anduviésemos “. (Efesios 2:7-10).

Traduce Torres Amat:
“Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de sus gracias, en vista de la bondad usada con nosotros por amor de Jesucristo. Porque de pura gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no viene de vosotros, siendo como es un don de Dios; tampoco en virtud de vuestras obras anteriores, puramente naturales, para que nadie pueda gloriarse. Por cuanto somos hechura suya, en la gracia como lo fuimos en la naturaleza, criados en Jesucristo para obras buenas preparadas por Dios desde la eternidad para que nos ejercitemos en ellas y merezcamos la gloria. (Efesios 2:7-10).

Cualquier lector atento puede darse cuenta en la contradicción que incurre Torres Amat entre la expresión “pura gracia” y para que nos ejercitemos en ella y merezcamos la gloria; así como de su poca escrupulosidad en añadir palabras, y aún frases enteras, que no se encuentran en el original.
El honesto lector se dará cuenta de que no es así comparando estas dos traducciones católicas con nuestra más generalizada versión, de uso común en todas las iglesias evangélicas.

Las indulgencias destruyen la verdadera devoción:
El sistema de indulgencias, según muchos católicos, destruye enteramente todo lo espontáneo y voluntario de la limosna y de la oración, sin lo cual ningún servicio puede agradar a Dios, quien ama a quien alegremente da (2ª Corintios 9:7). El referido sistema presupone que algunas personas no orarán ni darán limosnas para objetos sagrados si no son obligados por el estímulo de la tarifa de indulgencias que, con sus obras, han de obtener; de modo que la oración y la limosna en lugar de ser una ofrenda voluntaria, se convierte en una ridícula pretensión de hacer transacciones mercenarias con el todo Poderoso.

Las indulgencias contradicen la doctrina del purgatorio:
La teoría católica del purgatorio afirma que en este lugar de tormento se purifican las almas para poder entrar en el cielo. Nos es muy difícil aceptar que un purgatorio como el descripto por la Iglesia Romana, lugar de terribles tormentos. sea escuela a propósito para hacer buenos ciudadanos del reino de los cielos, agradecidos y amantes del padre celestial. Pero, suponiendo que hubiese tal lugar de expiación, cualquiera que sea la disciplina allí vigente, sacar las almas antes del período determinado por Dios habría de serles perjudicial, a no ser que aceptemos que la Iglesia Católica Romana sea más misericordiosa que el mismo Dios, y que ella, por decirlo así, rescata las víctimas de su mano.

Supongamos un caso en las circunstancias humanas. ¿Qué opinión formaríamos de una sociedad que tuviese por objeto sacar a todos los muchachos recluidos en una casa de corrección, antes de que recibiesen la corrección o instrucción para la cual habían sido internados?

Por otra parte, ¿Habría justicia en el cielo si un alma, por haber sido pobre en vida, o bien por descuido o mala voluntad de los poseedores de sus bienes en la tierra, tuviera que permanecer penando por largos años en el purgatorio, mientras otros pueden recibir auxilio por medio de un dinero, tal vez fruto del pecado?

Desearíamos que el lector se hiciese esta pregunta y tratara de responderla con sinceridad.

Algunos católicos dicen, al presentarles esta candente cuestión, que Dios es justo y quizás reparta el bien que se hace por las almas según el mérito de estas, y no según la intención del que manda los píos sufragios. Pero ésta no es la doctrina de la Iglesia, y en tal caso resultaría un engaño y una estafa para los fieles que pagan a beneficio de un alma determinada, sea padre, esposo, hijo, etcétera. No, no podemos justificar así a nuestro amado Señor del descrédito que significa para la religión cristiana tal clase de enseñanza, sino dándonos cuenta y proclamando como es debido que no es el misericordioso, fiel y justo Señor y Redentor de nuestras almas el autor de semejante. Ya existen demasiadas indulgencias aquí en la tierra para que pretendamos llevarlas también al Cielo. Imitemos a Cristo y a sus Apóstoles y no juguemos con cosas tan serias.

Las indulgencias y misas aplicadas.
La Iglesia romana enseña dogmáticamente aun cuando en la práctica trate de atenuar esta doctrina desde el Concilio Vaticano II.

Que existe un tesoro de obras superoregatorias, o sea, que sobraron a los santos para obtener la gloria, cuyo mérito puede ser aplicado por el papa y los obispos a los católicos que se hacen acreedores a ello por medio del cumplimiento de ciertos actos de piedad o de donativos a la Iglesia.(Código del Derecho Canónigo, libro III, cap. 5. ap. 911)

Así mismo el sacrificio de la santa misa puede ser aplicado; a favor de vivos, para obtener favores especiales; y a determinadas almas, para acortar su estancia en el purgatorio, según la intención que los interesados dediquen a las mismas pagando por ellas con arreglo a las tarifas establecidas.

Pero el Santo Evangelio declara:
Jesucristo, dirigiéndose a los discípulos que envió a predicar, les dice: “Graciosamente recibisteis, dad graciosamente”. (Mateo 10:8)

El apóstol san Pedro reprende a Simón el mago, diciéndole: “ Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tú corazón no eres recto delante de Dios. (Hechos de los Apóstoles 8:20-21)

Y en su 1ª Epístola, cap. 1:8, dice: “Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra mala conducta…,no con cosas corruptible, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo.”

El apóstol san Pablo declara: Porque de gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, porque es un don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. (Efesios 2:8-9)

Es evidente que si nadie puede ser salvo por sus propias obras, como en éste y tantos otros lugares declara la Palabra de Dios, a nadie pudieron sobrarle obras; ni ello es concebible teniendo en cuenta que la salvación del alma por toda la eternidad tiene un valor infinito que ninguna clase de obras o esfuerzos humanos pueden llegar a compensar plenamente. No existe, pues, tal imaginario depósito de obras de supererogación, y el admitir o pedir donativos a base de semejante supuesto, ya sea para el sentimiento de los ministros de la iglesia o para la más loable obra de beneficencia que realizarse pudiera, es caer de lleno en el anatema de san Pedro en su represión al mago de Samaria.

La salvación por la fe no es invento de los hombres.
La doctrina de que la salvación del alma es un don de Dios alcanzado por medio de la fe, y que no puede ser ganada en modo alguno por buenas obras, no es invención de Lutero, sino que llena las páginas de los escritos apostólicos. Se recomienda a los lectores que lean y mediten las cartas del apóstol san Pablo a los Romanos, Gálatas y Efesios, así como la epístola a los Hebreos, y se convencerán de que no hay doctrina más cierta ni más consoladora en la Palabra de Dios.

¡Pobres de nosotros si la salvación dependiera de nuestros esfuerzos o comportamiento!

¡Felices y dichosos si depende de la pura gracia de Dios, a pesar de nuestra debilidad, cuando de corazón aceptamos su don por la fe, apartándonos del mal. ¡Y más felices, mil veces, si a la fe sincera añadimos un buen caudal de buenas obras, para que el privilegio de nuestra entrada en la gloria, que nos fue ganado completamente por el sacrificio redentor de Cristo, podamos ver añadida una abundante recompensa, fruto de nuestras obras buenas!. En ello consiste aquellos “tesoros en el cielo” que Cristo mismo nos exhorta a procurar.

Pero los teólogos de la Iglesia de Roma, de tiempos pasados, temerosos de que la doctrina primitiva de la salvación por pura gracia, que hallamos casi en cada página del Evangelio y en los escritos de los padres de los tres primeros siglos y que tan admirablemente expone y defiende san Agustín, independizará demasiado a los fieles de su sumisión a la curia eclesiástica, inventaron otra doctrina de la salvación, atribuyéndola teóricamente a la obra redentora de Cristo y prácticamente al mérito de las buenas obras de cada fiel. Es decir, que los méritos de Cristo no son aplicados sino a los que se hacen acreedores a ello ganando de nuevo su salvación con sus obras meritorias; y no solamente por las propias, sino por las de otros miembros de la Iglesia más elevados en santidad, mediante el llamado “tesoro de las indulgencias!

Con todo ello se desdora y disminuye el valor de la obra de Cristo y, por ende, la gratitud que está destinada a producir en los corazones de los redimidos, de las dos siguientes maneras:

1ª Por propia vanagloria. Ningún fiel podría entonar con el debido fervor el glorioso cántico que elevan los redimidos en el gloria: “Al que nos amó y nos ha lavado de sus pecados con su sangre”
(Apocalípsis 1:5 y cap.5, vers. 9), si tales redimidos que los entonan tuvieran que estar sintiendo en el fondo de sus conciencias:

2ª Si, es cierto que me fue aplicada la obra redentora de Cristo, pero bastante costó persuadir a Dios que lo hiciera: muchos años de sacrificio en la tierra, y luego muchos más de sufrimientos en el purgatorio.
Cristo me salvó teóricamente; pero real y efectivamente fui yo mi propio salvador”. Pues éste es cabalmente el caso, de ser cierta la teoría Católica Romana en cuanto a la salvación del alma.

Distrayendo y encauzando una parte de la gratitud que al único Salvador, a otros salvadores o cooperadores en el supuesto “proceso de salvación”.

Ello resulta evidente, si los méritos de los santos y de la Virgen María son aplicados a los fieles mediante las indulgencias.

De este modo, Cristo no resulta un salvador completo y perfecto, como se nos enseña en todo el nuevo Testamento (véase Hebreos 10:14), sino que vendría a ser un medio salvador, cuya obra queda insuficientemente e ineficaz, de no ser los otros mediadores y cooperadores que se interponen en el camino, ayudando al pecador a hacerse digno de la salvación. En otras palabras: a ganar de nuevo, con sus propios méritos y los ajenos, lo que teóricamente se dice haber sido ganado por Cristo.

Esta es la principal diferencia entre el cristianismo puro, auténtico, de Jesucristo, de los apóstoles, y la doctrina clerical de Roma de la salvación mediante las obras.

El verdadero origen del papado:
Es triste tener que decirlo una vez más, pues no es grato herir los sentimientos de los fieles católicos que se imaginan algo tan diferente, ni tratar con menosprecio a algunos papas buenos que han existido; pero el verdadero origen del papado no radica ni en Cristo ni en el apóstol san Pedro, sino que, como otros tantos dogmas expuestos anteriormente, tiene como causa originaria las costumbres y prácticas del paganismo.

A este propósito dice el doctor Hislop: “El colegio de los cardenales, con el papa por cabeza, es justamente la contraposición del colegio pagano de los pontífices, con su “Soberano Pontífice”, que había existido en Roma desde los tiempos más remotos, y del cual se sabe que fue constituido según el modelo del gran concilio primitivo de los pontífices de Babilonia.”

Las dos llaves que el escudo papal ostenta son una exacta imitación de las llaves de Jano y Cibeles. Jano fue el dios de las puertas y goznes; y era llamado Patulcius y Clusius, “el que abre y cierra”.

El término “cardenal” proviene de cardo, o sea gozne. Afirmaba que esos dioses tenían “el poder de dar vuelta a los goznes. o sea abrir y cerrar.

El emperador romano era considerado Pontifex Maximus del paganismo, y como tal tenía que ser adorado. Miles de mártires dieron su vida por negar adoración a la imagen del Pontifex Maximus de la religión oficial del imperio romano.

Los emperadores persas y egipcios pretendían lo mismo, y a todos ellos se les consideraba infalibles, “por ser participantes de la naturaleza de los dioses”. De ahí que sus leyes no podían ser modificadas. Wilkinson dice que el rey de Egipto, como soberano Pontífice, “era reverenciado como representante de la divinidad en la tierra”.

Aun el detalle de los abanicos de plumas de pavo real, que acompañan a las sillas giratorias del papa, parece copiados de los Pontifex Maximus del mundo gentil.

Es inconcebible como tales atributos y tratamientos han llegado a ser aplicados a obispos o pastores de la Iglesia cristiana de Roma, la cual tuvo en su origen hombres tan evangélicos y humildes como Clemente, sin que su bondad les hiciera infalibles, como lo prueba ese obispo romano en su ilustración del ave fénix. Leyenda pagana que cita como un hecho real. Y si no fueron infalibles ellos, que vivieron tan cerca de la fuente de la revelación cristiana, ¿cómo pueden pretender serlo sus sucesores tantos siglos después?.

¿Es indispensable el papado en la Iglesia?
Dicen los católicos: Si en cualquier industria o asociación humana es indispensable una jefatura suprema, ¿cuánto más necesario no es en la Iglesia, sociedad espiritual?. ¿Podía Dios dejar al juicio privado de cada uno las normas y fe de conducta que los cristianos deben seguir?

¿Y no era indispensable que el jefe de la Iglesia fuera infalible para que, sin peligro de errar, pudiera guiar a todos los fieles por la senda de la verdad, a través de todos los tiempos?

A esto respondemos que nuestra fe no puede basarse sobre subjuntivos, sino sobre términos presentes y seguros. No se trata de lo que debería de ser o sería deseable que fuese, sino lo que es. Hay muchas cosas en el orden de la naturaleza que nos parecen debieran ser diferentes de lo que son; sin embargo; debemos de aceptar la sabiduría de Dios como superior a la nuestra en aquellas cosas que no comprendemos.
Si hubiera evidencias en la Biblia y en la Historia, de la existencia de un papado infalible, ningún empeño tendríamos en negarlo. Pero ¿Las hay? Ya hemos visto cuan difícil es conceder el atributo de infalibilidad que ocuparon la silla de Roma en la edad media. Y en cuanto a los mejores papas que han existido, la presunción de infalibilidad queda descartada al ver como se han equivocado a cada momento al dar su apoyo a causas políticas en las que nunca debieran de haber tomado parte; o al dar su bendición a aquello que Dios no quería bendecir; y su maldición a aquellos a quienes Dios a tenido a bien prosperar de un modo admirable.

Todavía es menos admisible que dos “infalibles” se contradigan entre sí; y, sin embargo, cuántas veces le ha faltado tiempo a un papa para deshacer la obra de su predecesor; y ello no solamente en los asuntos humanos, sino en otros de orden tan religioso y dogmático como los siguientes:

Gregorio I (578 A 590) llama anticristo a cualquiera que se diese el nombre de obispo universal; y Bonifacio III (607 a 608) persuadió al emperador Focas a concederle dicho título.

Eugenio IV (1431 A 1438) aprobó la restitución del cáliz a la Iglesia de Bohemia; y Pío II (1458) revocó la concesión.

Sixto V (1585 a 1590) publicó una edición de la Biblia, y con una bula recomendó su lectura; más Pío VII condenó a todo aquel que se atreviese a leer la Biblia por sí mismo.

Clemente XIV (1700 a 1721) abolió la Compañía de los jesuitas, autorizada por Pablo III; y Pío VII la restableció.

La lista podría ser casi interminable; pero ¿para qué?
Estamos persuadidos de que si nuestro Señor Jesucristo hubiese juzgado necesario tener un representante visible en la tierra lo hubiera expresado de un modo que no dejara lugar a dudas; como nos declaró, por ejemplo, el secreto de su segunda venida, la ruina de Jerusalén o la extensión del Evangelio a todos los países del mundo. Luego, habría hecho que los hombres verdaderamente santos e infalibles ocuparan siempre tan alto sitial. Cuando así no ha sido, es porque se reservaba a sí mismo, por su Santo Espíritu, la dirección de la Iglesia.

Indudablemente, Dios quiere, en esta época de prueba para el mundo, que andemos por fe; y un papado infalible hubiera requerido un milagro constante, incompatible con el régimen que el mismo Señor Jesucristo preconizó al incrédulo Tomás, diciéndole: “Bienaventurados los que creerán sin ver” Se ha dicho, con razón, que un papa verdaderamente infalible se habría hecho tan evidente en un mundo de hombres falibles que no habría ningún ateo, pagano o protestante capaz de negar su autoridad.

Un auténtico seguidor de Cristo no se crea ídolos humanos ni se forja ilusiones de privilegios que la realidad desmiente. Creemos que no debe ser indispensable un jefe infalible para la Iglesia cuando Dios no nos lo dio. El Dios que ha puesto una variedad en la naturaleza y que nos ha ocultado por un tiempo sus secretos para que los hombres los vayan descubriendo por sí mismos, quiere también, el dominio espiritual, que los hombres anden por si mismos, usando su buen sentido para interpretar los escritos inspirados que nos dejaron sus santos apóstoles y profetas. Estos escritos no son, en modo alguno, oscuros ni propensos a hacer errar en todo aquello que es indispensable y básico para nuestra fe.

Ventajas y peligros del sistema romano:
Que el reconocimiento de una autoridad jerárquica, también organizada como la posee la Iglesia Católica Romana, puede tener ciertas ventajas para una gran iglesia en el aspecto material, no vamos a negarlo; pero tiene también muchas desventajas, sobre todo en dos aspectos siguientes:

1º Mata el estímulo para la búsqueda de la verdad y de la voluntad de Dios, según la tenemos revelada en la Sagrada Escritura. La filosofía religiosa no tiene ninguna razón de ser si un representante de Dios en la tierra puede declarar el pensamiento divino en todos los asuntos de fe.

Los grandes filósofos del cristianismo podían ahorrarse el trabajo de pensar y de escribir si, mientras ellos trataban de hilvanar lógicamente los misterios de la religión, un hombre inspirado, desde la silla romana, podía declararles la verdad sin error posible. La misma ciencia debe de andar con mucho cuidado para no chocar con semejante atributo del supuesto representante de Cristo en la tierra. (El papa no fue declarado infalible hasta el año 1870; pero como quiera que el espíritu que se plasmó en la declaración del dogma existía desde mucho antes, ello dio lugar a errores como el de la condenación de Galileo, que los apologistas católicos se ven apurados para justificar.

Es tan fuerte el compromiso en que se encuentran hoy día e catolicismo romano para salvar el dogma de la infalibilidad, que ya empieza a tambalear, sobre todo desde el concilio. El nuevo Catecismo Holandés afirma que “el papa solo puede declarar lo que la Iglesia Universal cree; expresión muy ambigua, pero que difiere mucho del tono con que hasta ahora se había venido hablando del papado).

El Obispo misionero Holandés F. Simons, en su libro Infalibilidad y evidencia (traducido y publicado en Barcelona en 1970), niega rotundamente la infalibilidad, tanto del papa como de la Iglesia, asegurando que solo la Palabra de Dios es infalibre y que, la prerrogativa de la Iglesia no es infalibilidad, sino fidelidad.

Coarta la iniciativa individual en el trabajo cristiano. El sacerdote católico trabaja siempre bajo el temor de merecer la censura de un obispo aun en aquello realizado con la mejor intención; y éste no se siente menos acobardado ante la autoridad superior en sus mejores propósitos y empresas. El cristianismo evangélico trabaja con mucho más libertad, y su diversidad le sirve de estímulo y de emulación para toda clase de labor cristiana. En estos últimos tiempos se está formando en las iglesias evangélicas una corriente, cada vez más fuerte, que tiende a fomentar una unidad cristiana que no ponga ataduras al pensamiento religioso y armonice el trabajo misionero.

Este mismo ideal de armonía, dentro de la más alta libertad cristiana, es lo que encontramos en la simple y autónoma organización eclesiástica de las iglesias apostólicas y en la ejecución de sus empresas misioneras. Y en estas iglesias apostólicas y sus sucedáneas no encontramos una organización clerical tan fuerte como en la romana, y mucho menos, como ya hemos demostrado, vestido de un papado infalible.

Las Sagradas Escrituras y la tradición.

La Iglesia Católica Romana ha venido declarando durante siglos:
“Que ningún hombre ose poseer una Biblia sin licencia del obispo”. (Concilio de Trento). Es un error escandaloso sostener que todos pueden leer las Sagradas Escrituras” (Bula Unigenitus de Clemente XI). “Dar la Biblia a los legos es echar perlas delante de los cerdos. Las traducciones de la Biblia a las lenguas del pueblo han hecho muchísimo daño” (palabras del Cardenal Osio).

El Santo Evangelio dice:
“Escudriñar las Escrituras, en las que vosotros creer tener la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39)
Mirad que ninguno os engañe con filosofías y vanas sutilezas según las tradiciones de los hombres… y no según Cristo”. (Colosenses 2:8).
“Y vosotros, por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición…?. En vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres”. (Mateo 15:4-9).El autor de los Hechos dice de ciertos oyentes: “Y estos eran más nobles que los de Tesalónica; pues recibieron la Palabra con toda afirmación, escudriñando todo el día atentamente las Escrituras si estas cosas eran así” (Hechos 17:11).
San Juan Crisóstomo dice: “Pone en gran peligro en gran peligro la propia salvación aquel que ignora las Sagradas Escrituras. Esta ignorancia ha introducido el desorden y la corrupción en la Iglesia”.

San Hilario declara: “La Palabra de Dios ha sido dirigida a todos, y debe ser tocante a nuestros pasos como una lámpara ardiente”.

San Agustín afirma, al igual que los cristianos evangélicos de tiempos posteriores: “Nada más queremos oír de “Tú dices y yo digo”, sino oigamos el “Así dice el Señor”. Indudablemente, existen libros del Señor a cuya autoridad ambos damos nuestro consentimiento, sumisión y ocasión; en ellos, pues busquemos la Iglesia y en ellos discutamos nuestra disputa.”

A pesar de estos testimonios tan claros acerca de la autoridad.
doctrinal de la Sagrada Escritura, los teólogos católicos, para justificar la existencia en su Iglesia de prácticas y doctrinas paganas, cuyo origen no puede hallarse en la Sagrada Escritura Santa, arguyen que tales enseñanzas, como la del purgatorio, la adoración a los santos, la supremacía papal, etc., pudieron haber sido dadas de palabra por los apóstoles y transmitidas por tradición oral a la Iglesia.

Para que así fuese, serían necesarias tres cosas:
1ª Que tales doctrinas no se hallaren en oposición con las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles consignadas en el Nuevo Testamento; Pues aun cuando pudo haber habido una ampliación oral, no es presumible que la doctrina enseñada de palabra por los apóstoles se hallara en ningún punto en contradicción con la doctrina que nos dejaron escrita.

2ª Que desde el primer siglo halláramos entre las iglesias cristianas un unánime consentimiento por precepto y práctica a favor de las referidas doctrinas; las cuales, si llevaban la autoridad apostólica desde el mismo origen del cristianismo, no podían ser de ningún modo objeto de discusión, como no lo han sido aquellas otras de carácter evidente, y no metafísico, que se hallan claramente enseñadas en el Nuevo Testamento.

3ª Que la misma alegación que hoy presentan los católicos de que habían sido recibidas dichas doctrinas por tradición oral fuera hecha desde el principio, de un modo unánime, en los escritos religiosos de los primeros siglos

En lugar de hallarnos, como ya hemos demostrado en los capítulos respectivos, una fuerte oposición en contra de tales doctrinas desde que se iniciaron en siglos diversos hasta que fueron recibidas como dogmas, muchos siglos después; al propio tiempo que constatamos de parte de los principales padres de la Iglesia una adhesión tanto o más fuerte que la de los mismos protestantes hacia el Nuevo Testamento como absoluta e indiscutible regla de fe.

La manoseada excusa de la tradición oral para justificar ciertas prácticas y dogmas que no se hallan en el Nuevo Testamento no tiene pues, base ni razón, antes bien, nos recuerda las severas palabras de Cristo a las autoridades religiosas de los judíos, que habían recurrido al mismo proceder para justificar aquellas practicas y leyes injustas que no tenían su origen en la Ley de Moisés: “Habéis invalidado - les dice- el mandamiento de Dios por vuestra tradición.”

La doctrina del limbo y la regeneración del bautismo:
La Iglesia Católica trató de suavizar la idea de condenación universal de los no responsables creando un nuevo lugar intermedio –además del purgatorio, el limbo: Un lugar donde, según los teólogos católicos, no hay dolor, pero tampoco el goce de la presencia de Dios y de la compañía de los redimidos por Cristo.

Si Cristo hubiese sabido algo a cerca de ese limbo, del cual nos hable la Iglesia Católica, lo haría indicando cuando bendijo a los niños. Es natural que hubiese dicho: “De los tales es el reino de los cielos, siempre que por el citado bautismo hayan sido limpiados del pecado original.” El afirmar que un niño es apto para entrar en el reino de los cielos, sin poner ninguna condición previa, habría sido inducirnos a error, caso que la doctrina del limbo fuese una realidad; y esto nunca lo habría hecho el Salvador.

¿Qué debemos pensar, pues, acerca del pecado original? ¿No es cierto que todos nacemos con tendencia al mal?

¿Qué ocurre con los que mueren sin haber sido limpiados de esa maldad natural por medio del bautismo?

La Sagrada Escritura enseña ciertamente que todos somos pecadores por naturaleza; y la experiencia de la humanidad lo demuestra con bastante evidencia. Por esto, todos necesitamos la regeneración que el Santo Espíritu de Dios puede obrar en nuestras almas; porque: “El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios”. (Juan 3:2).

La gran cuestión que se discute entre las iglesias evangélicas y la católica es si la regeneración ha de considerarse un acto voluntario; si tiene que atribuirse al bautismo o a la fe.

La regeneración, o sea, el nuevo nacimiento a que se refería nuestro Señor Jesucristo, debe ir precedido por la conversión. Esta es la respuesta del alma a la invitación de Dios en su Evangelio. Ha de llegar momento en que el pecador, sintiéndose necesitado de salvación, se vuelva a Dios el Padre, como el Hijo pródigo de la parábola, para recibir el perdón de los pecados y nueva virtud para vivir una vida cristiana digna. Esta decisión personal es indispensable, tanto a los hijos de familias cristianas como a los ateos paganos; ya que la religión es una relación personal del alma con Dios. Nadie puede imponerla a otro, pues en tal caso no sería religión, sino una vana apariencia de religiosidad.

Que el nuevo nacimiento es un acto voluntario y no impuesto lo declara el mismo apóstol san Pedro cuando escribe: Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino por la Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre” (S. Pedro 1:23). De éste texto sagrado se desprende que quien no es apto para recibir, comprender y creer la Palabra de Dios, no es capaz de nuevo nacimiento. Un niño de pocas semanas no puede comprender la Palabra de Dios; de ahí que no pueda nacer de nuevo hasta que tiene uso de razón.

La misma doctrina es declarada, por el apóstol san Juan cuando dice: “Mas a todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios”. (San Juan 1:12 y 13). Si solamente son hechos hijos de Dios, “los que creen en su nombre, ¿cómo se atreve la Iglesia Católica a decir que venimos a ser hijos de Dios por el bautismo, impuesto a los recién nacidos? A esto suelen argüir los católicos: “Si solamente podemos llegar a ser Hijos de Dios por medio de la fe ¿qué sucede con los que mueren antes de llegar a la edad de poder creer?

La respuesta no es difícil. Si el pecado original es una herencia de quienes nos legaron nuestros cuerpo físico y este cuerpo fallece antes de que el alma haya podido caer voluntariamente en pecado, por no haber llegado a tomar control del ser físico al que fue unida, no puede ser considerada culpable, ni debe de ser privada de las glorias del cielo por la falta de haber animado por unas semanas, meses o años a un ser con tendencia pecaminosa, pero que jamás llegó a pecar voluntariamente. El Señor Jesucristo declaró de un modo enfático y que no deja lugar a dudas, que “de los niños es el reino de los cielos”. Está bien claro, pues, que cuando Jesús afirmaba que sin nuevo nacimiento nadie puede entrar en el reino de Dios, se refería a los seres humanos que han pecado voluntariamente y no a niños inocentes, cuya aptitud para el reino ya había él antes declarado.

De ahí que el bautismo tenga un significado diferente para los cristianos evangélicos del que tiene para los católicos.

Los primeros obispos de Roma no fueron papas, ni pretendieron ser infalible; y muchos de los que después se arrogaron el título, ni fueron santos, ni infalibles, ni siquiera verdaderos obispos de la Iglesia de Dios.

Existen muchas pruebas de que los primeros obispos de Roma no pretendieron el papado para sí mismos, aun cuando el hecho de ser obispos en la Sede del Imperio de Roma les confería cierta dignidad y respeto de parte de los demás obispos de la cristiandad.

Esto demuestran las mismas pastorales de los primeros obispos romanos, tales como la carta de Clemente a los corintios en la cual no aparece ninguna pretensión de poder o dominio sobre los demás obispos.
Cuando empezó a debatirse la cuestión de la dignidad de los patriarcas u obispos de las grandes capitales del Imperio, Teodosio II hizo una ley por la cual estableció que el patriarca de Constantinopla tuviese la misma autoridad que el de Roma. Los padres del concilio de Calcedonia colocan a los obispos de la antigua y nueva Roma en la misma categoría en todas las cosas, aun en las eclesiásticas.

El VI concilio de Cartago prohibió a todos los obispos se abrogasen el título de obispos, u Obispo Soberano.

Ni Teodosio, ni los padres de Calcedonia, ni los de Cartago se hubieran atrevido atentar contra las prerrogativas del Obispo de Roma, si éstas hubiesen sido de origen divino y reconocidas universalmente por la iglesia desde el principio del cristianismo, en lugar de ser una cuestión de mera dignidad humana, como ellos lo entendieron.

Algunos años más tarde, Nilo, patriarca griego, escribía al obispo de Roma: “Si porque Pedro murió en Roma cuentas como grande la Sede de Roma, Jerusalén sería mucho mayor habiéndose verificado allí la muerte vivificadora de nuestro Salvador.

Otro testimonio digno de interés son las palabras del propio san Gregorio I.

Habiendo querido el patriarca de Constantinopla adornarse con el título de obispo universal, le escribió el de Roma:

“Ninguno de mis predecesores ha consentido llevar este título profano, porque cuando un patriarca se abroga a sí mismo el nombre de universal, el título de patriarca sufre descrédito. Lejos está, pues, de los cristianos el deseo de darse un título que cause descrédito a sus hermanos Y en sus cartas al emperador, dice: “Confiadamente confirmo que cualquiera que se llama Obispo Universal, es precursor del anticristo”.

Otra prueba concluyente de que los primeros obispos de Roma no eran reconocidos sino como obispos de especial dignidad, y no como pontífices infalibles de la iglesia, lo prueba el hecho de que tantos concilios se celebrasen sin ser convocados ni presididos por ellos, frecuentemente aún en oposición a los deseos del obispo de Roma. ¿Quién ignora que el gran Osio, obispo de Córdoba, fue quien presidió el gran concilio ecuménico de Nicea y redactó sus cánones? El mismo Osio, presidiendo después el concilio de Sárdica, excluyó al enviado de Julio, obispo de Roma. ¿Se quiere mayor prueba de la independencia con que obraban los grandes cristianos del siglo IV con respecto al obispo de Roma?

La primera noticia que la historia nos ofrece sobre disciplina eclesiástica de la Iglesia en España es una negación de las pretensiones del pontífice romano. He aquí la auténtica historia:

Basídiles y Marcial, obispos de León-Astorga y de Mérida, habían claudicado durante la persecución de Galo, apostatando públicamente del cristianismo en el año 254. Por estas y otras faltas fueron depuestos de sus cargos por sus iglesias. Una vez cesó la persecución, éstas nombraron para sustituirles a Sabino y Félix. Basídiles se había mostrado arrepentido al principio, y aún había rogado que se le administrase en la iglesia como simple laico; pero cuando fueron nombrados sus sucesores, tanto él como Marcial rehusaron someterse; y Basídiles marchó a Roma a referir el caso al obispo de la capital del Imperio, que se llamaba Esteban, quien abrazó su causa y escribió a las referidas iglesias para que admitiesen a sus antiguos pastores. Pero las iglesias, en lugar de obedecer la orden del patriarca de Roma, escribieron a otro patriarca, a Cipriano, obispo de Cartago. Este convocó un concilio de 36 obispos, y después de examinado el asunto aseguraron a las iglesias españolas que la destitución y nueva elección de pastores había sido hecha conforme a la costumbre de las iglesias cristianas y según la voluntad de Dios; que debían desatender la injerencia de Esteban, obispo de Roma, quien, sin duda, había sido mal informado por Basífilides, y que tanto este como Marcial sólo podían ser recibidos de nuevo en la iglesia como penitentes.

¿Habríase atrevido a tomar esta decisión y a dar semejante consejo el piadosísimo san Cipriano si él creyera, como los católicos de hoy, que el obispo de Roma era el sucesor de san Pedro, elegido por Dios para gobernar la Iglesia?.

¿Que les parece a nuestros lectores católicos? ¿Creía el padre de la Iglesia san Cipriano en la infalibilidad del obispo de Roma o no? Y así es el caso de otros padres, incluyendo el propio san Agustín, piadoso doctor, honor y gloria de la Iglesia cristiana, siendo secretario del concilio de Melive, escribió, entre los decretos de ésta venerable asamblea: “Todo fiel u obispo que apelase a los de otra parte del mar, no será admitido a la comunión por ninguno en las iglesias de África.
Datos sacados de: A las fuentes del cristianismo, de Samuel Vila, última edición 1976, depósito legal: B. 53.785.

Cecilio García Fernández

EL DIJO: YO SOY LA VID VERDADERA

Juan 15:5-6-7-10-11-12-13-14-15. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque, separados de mí nada podéis hacer. (6) El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. (7) Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (10) Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. (11) Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido. (12) Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (13) Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos. l4) Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. (15) Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. JUAN 16:7-8-26.- (7) Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré (8) Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.

Toda la Biblia es Palabra,
inspirada por Dios Santo.
Deja que su puerta se abra.
Jamás tendrás desencanto.
Si el mundo entero creyera
la Palabra del Señor,
no habría más “religiones”,
se terminaba el dolor.
Ya no habría explotaciones,
ni tampoco explotador.
Cuando Cristo se marchó,
mandó el Espíritu Santo,
y él, vive con nosotros,
y nos cubre con su manto.
El Espíritu nos guía,
de la noche a la mañana,
no precisamos de hombres.
¡No nos sirven para nada!
Cuando necesito algo,
siempre lo pido al Señor;
pero en el nombre de Cristo,
el que nos calma el dolor.
Todo lo que has de hacer,
consúltalo con el Padre;
por medio del Salvador,
y deja a su Santa Madre,
y a esos millares de santos;
porque esa puerta no se abre.
Practiquemos la oración
como mandó Jesucristo,
para evitar tentación.
¡Quién no ora, está listo!
Saber que no estamos solos,
el Señor nos acompaña;
más debemos consultar,
al que nació en la cabaña.
Los hombres deben de amarle,
ya que Cristo es nuestra vida,
y no existe otra Verdad,
ni en la muerte ni en la vida.
Pensar en el compañero,
y en todo necesitado;
pero siempre lo primero,
es vivir enamorado,
del que murió en el madero,
que por mí,fue bien clavado
¡El “siempre” será el primero!
¡Gracias Señor de la vida!
¡Gracias Señor del AMOR!
¡Tu muerte no hay quien la mida!
¡Mira sí tiene valor!
¡Viviste peor que un pobre!
¡Viviste con gran honor!
¡Bendita sea Tu Sangre
que calma mi gran dolor!
¡Expresarlo con clamor!

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes

EL DESTINO

Se habla mucho del destino,
con poco conocimiento,
y al decir esto, lo siento;
pues el destino no existe,
por mucho que se persiste,
por falta de entendimiento.

Si creyera en el destino
es que nos lo dan todo hecho;
pero si salgo maltrecho,
nada se puede cambiar;
pues Dios no va condenar
todo lo que él mismo ha hecho.

Ya no voy a molestarme
con el estudio y trabajo,
si el destino es el hatajo
y no existe otro camino,
comamos, y beber vino,
no importa ser alto o bajo.

Si es que todo ya esta escrito
sobre mi triste destino:
¿Por qué yo soy tan cretino,
perdiendo el tiempo existente,
estudiando inútilmente,
igual que hace mi vecino?.

¡Dejemos los barcos solos!,
no toquemos su timón;
porque ya existe razón,
para llegar a buen puerto,
aunque el capitán sea tuerto,
y algo falto de razón.

¡Ya todo está programado!
¿Dónde está el programador?
Negarlo sería un dolor,
pues hay muchos discos duros,
y hombres que son prematuros,
ausentes de todo amor.

Jesús nos manda cambiar,
porque hay equivocaciones
que trastornan corazones
y nos llevan hacia el mal,
con un destino fatal:
¡Los orgullos y rencores!

Si es que puedes mejorar,
es que no existe el destino:
pues elegiste el camino
que Dios tiene en su memoria;
Que da la paz y la gloria,
al pecador más cretino.

Si es que el destino no cambia,
es igual que el piñón fijo,
tampoco es un acertijo
ni un juego de malabares,
que estos los hay a millares,
aunque Dios no los bendijo.

Si todo está decidido,
no hay razones para orar:
Más las hay para llorar;
pues no existe un Salvador,
que a mí me calme el dolor,
en mi triste caminar.

Debemos nacer de nuevo,
según nuestro Creador;
y lo dice con dolor,
porque él, bajo desde Cielo,
para cambiar nuestro celo,
y lo mandó con amor.

Dejar todas las monsergas,
y amemos a los extraños,
y no hagamos ya más daños;
que todos causan dolor,
amargura y estupor,
al dueño de los rebaños.

A quien es amigo fiel,
no dejarle en la estada;
porque no sirve de nada,
la traición a un buen amigo,
y se bien lo que me digo,
aunque sé, que no sé nada.

Las faltas que se limiten,
como hacen con los terrenos;
para distinguir los buenos;
porque hay mucho “camuflaje”,
que compra muy flojo el traje,
y luego pone rellenos.

Cecilio García Fernández.

EL DESTIERRO

Decidme: ¿Por qué éste mundo,
a tanto joven destierra?
Por la ambición, que me aterra,
y no puedo soportar;
porque es más fácil amar,
que matar en cualquier guerra.

Países, con sus riquezas,
que explotan los inhumanos,
dejan a nuestros hermanos
derivando por las tierras,
y aunque formulen sus quejas,
los tratan como a gusanos.

Les ponemos alambradas,
que son rollos con puñales,
como sí de criminales
estuviésemos tratando;
y no sabemos, ni el cuándo,
ni el como, ni la razón;
más pierdes ya la ilusión,
porque éste mundo maltrecho,
el rico, anda al acecho,
de cazar algún pichón.

¿Acaso esto, será un vicio
que ha tanta gente destierra?
Huyamos de toda guerra,
porque la causa es muy seria.
¡Los hijos de las miserias,
abundan en esta tierra!

Presumimos de cristianos;
más olvidamos a Cristo;
y el blanco, con su cinismo,
chupa como sanguijuela,
y el negro, no va a la escuela;
que para el caso es lo mismo.

Allí donde está la plata,
el oro y otros metales,
dominan los criminales
que se comen todo el fruto,
y luego, al pobre astuto,
le echamos a otros lugares.

Tanto el pobre como el rico
tenemos que ser juzgados,
y luego de examinados,
no es posible arrepentirse;
Por eso hay que decidirse,
¡No vivas equivocado!

Todo el que la hace, la paga,
y ésta es la mejor justicia;
porque abunda la avaricia,
y aquel que ha sido un ladrón,
al final, ya no hay perdón,
por vivir en la inmundicia.

Hacer obras ilegales
es recurso del traidor,
y es semilla del dolor,
porque aquello que se siembra,
ha de nacer la contienda,
de lo malo, a lo peor.
Porque en esta corta vida,
qué provecho has de sacar,
si casi no has empezado,
y ya vas a terminar.

Si has de pedir algo al Cielo.
Pídele sabiduría,
que siempre es mejor el día,
que noche con nubarrones.
Porque no entrar en razones,
es como una cobardía.

No encadenemos a un hombre
sabiendo que no hay delito.
Ni jamás demos un grito
a quien tiene la razón.
Ni robemos del zurrón,
a quien tiene el apetito.

Si andas sembrando consejos,
te tengo que vigilar,
porque siempre es fácil dar;
más hay que hablar con ejemplos,
¿Para que sirven los templos
si nunca has sabido orar?

Cecilio García Fernández
San Martín de Podes

,

EL BOTELLÓN

Si el amor no lo enmiendas, o corriges, te aventuras,
Y si huyes del amor, que es triste necio y timorato,
por querer el saber, que el amor, es prenda pura,
le falló por su mal, y desgracia, la ventura,
de perversa ambición del mal, de algún ingrato,
con tanta fuerza de ilusión, que ya es locura,
desgraciando parejas muy extrañas, año tras año.

Esos que niegan al niño pobre, el pan y el agua,
y maldicen su ser, repudiando por su humilde vida,
echan más leña y brasas, en tan perverso fuego,
para seguir matando, y siempre haciendo brasa viva.

Los que armando los niños, con crueles armas,
para matar, con pobre y triste entendimiento,
son los hijos del mal hacer, quien nos los mandan,
para luego seguir, y partir almas, que nunca van al Cielo.

En España ya se juntan los jóvenes, para vivir bebiendo,
y dicen que se divierten, pero; jamás se convierten,
pues por desgracia ni advierten, que es tan lejos de la fe,
solo tienen sus amores, porque en sus carnes se ve.

Toda una noche bebiendo, se pierde todo el control.
Se entregan a los placeres, los hombres y las mujeres,
luego llegan los abortos, de algunos meses, no más cortos,
destrozando a hermosos niños, que jamás pueden vivir,
y aunque Dios les dio la vida, la madre está consumida,
por no controlar el sexo, ¿A cuántas le pasa eso?
¿Quién te puede responder? ¡Solo Dios tiene el saber!

Mientras jóvenes del mundo, vienen a ganarse el pan,
otros, que son de mi España, se meten por la miraña,
más todos deben saber, que el gozar y el buen hacer,
entran dentro del amor; no causemos más dolor,
a esta triste humanidad, que por faltarle el amor,
vemos, con gran estupor, matrimonios destrozados,
otros, “juntos” maltratados, e hijos, muy deshonrados,
que viven con un padrastro, que bien los puede violar;
pero esto no es inventar; pero si que sientes asco.

¡Oh soledad, ya que evocas, tantas solas compañías,
dejando que las almas se estremezcan, tristes, solas,
dejando que olvidemos las cosas sabias de la vida,
cómo luchan los mares y las olas, contra fuertes rocas.

Las aguas, o las ascuas que mucha gente añora,
ya se han roto por la vida, que tan necia te has tomado,
y has pintado de forma tan funesta, la roca cenicienta,
del amor que violentas, por ser infiel, a quien más has amado.

Cecilio García Fernández.

martes, 24 de agosto de 2010

EL AVESTRUZ

Que mi lengua no se trabe,
pues no me quiero turbar,
cuando yo pretendo hablar
de esta vida, cruel y dura,
que, por desgracia perdura,
y amarga hasta el paladar.

Que mi lengua sea frenada
por el que me ha dado el ser;
pues pudiera suceder
que si mi lengua es ligera,
sería una gran quimera
que hablara sin ofender.

Y es que quiero más ternura,
que yo la añoro en exceso,
como se precisa un beso
que no puedes obtener,
decidme ¿qué puedo hacer?
Responder con otro beso.

Una guerra me ha truncado;
más, no me puedo quejar;
porque he aprendido a llorar:
¿Y quien nos dio tal consejo?
¡El que en la Cruz fue perplejo,
y jamás conoció el mal!

Y sigo con más preguntas
con la respuesta debida:
¿Por qué se sufre en la vida
si es que existe una respuesta?
Existe; pero nos cuesta.
¡Jesús tiene la salida!

Escúchame, por favor,
y responde a esta pregunta:
Sabes qué el tiempo no abunda,
ni se puede controlar.
¡Solo Dios nos puede dar
la respuesta más profunda!

Dios de la Sabiduría,
del amor y la paciencia,
el que ha creado la ciencia:
¿Por qué me has de soportar,
si en mi triste caminar
no he observado la obediencia?


Cuando pierdo mi paciencia
-tengo más cerca la ruina-
Lo que Dios nos determina
no puede el hombre evitar,
No tratemos de engañar,
ni al Diablo ni a la vecina.

El hombre siempre se queja
-Porque que ha nacido insolente-
y lucha, en cualquier frente,
pues como no tiene Luz…,
hace como el avestruz,
y se siente muy valiente.

El “yo”, que tenemos todos,
es difícil de “matar”;
más conviene no olvidar,
que nuestra pobre “sapiencia”
viene por desobediencia,
al que nos quiso crear.

El hombre, en sus carencias,
en su parte espiritual,
vuela, como un vendaval,
de ese viento huracanado
que lo llaman, un tornado,
y nos hace mucho mal.

Y, ¿Por qué existen los vientos
y todas las tempestades?
Son fruto de las maldades
y de mi desobediencia,
y aquí, ¿No sirve la ciencia?
¿La ciencia? ¡Que vanidades!

Tenemos un reglamento
-que son Palabras Divinas-
y aquí, si lo determinas,
Dios te dará bendiciones,
que son fruto de razones,
para dejar nuestra ruina.

Hablemos siempre con Dios;
Mirar que no somos nada.
Nuestra vida es regalada,
si seguimos al Pastor;
Mas, no causemos dolor
a quien cuida la manada.

Cecilio García Fernández.
San Martín de Podes

EL AMBICIOSO SIEMPRE MIENTE

Yo sé donde está la paz;
y además, sé que no miento,
pus está en el pensamiento
de aquel que sabe pensar;
que el creer, es aumentar
nuestro pobre entendimiento.

Necios y sabios del mundo,
todos se han equivocado;
pues miran para otro lado
porque la verdad es culta;
pero el sabio no consulta,
cuando la duda ha llegado.

Los sabios, todos se engañan,
porque opinan diferente,
y esto pasa diariamente;
pues todos somos humanos,
y con la lengua cortamos
a quien es más inocente.

¿Hay sabios entre los hombres?
¿Quién tienen sabiduría?
Jesús bien que lo sabia,
que el necio de corazón,
jamás tendrá la razón,
porque solo él la tenía

Y es que llevando mil golpes,
vamos entrando en razones;
que ablandan los corazones
que se quieren resistir,
y algún día han de sentir
múltiples desilusiones.

Si existen sabios -yo pido-
con humildad y paciencia,
que me demuestren su ciencia,
enseñando la verdad,
descubriendo la maldad,
pero andando en obediencia.

Pongo la esperanza en Dios,
porque todo lo formó,
y en esto me baso yo;
y en esto baso mi fe;
pues todo lo que se ve,
decidme:¿Quién lo creó?

Fui a una clínica -a Oviedo-
que lucha contra el dolor;
pero exclamé -por mi honor-
cuando le pedí la cuenta:
¡Usted casi me revienta,
y no calmó mi dolor!

Si me fui con gran dolor,
volví con dolor y pena,
porque que esto es una condena,
que un Doctor de ambición” fina”,
recetó una medicina
que desprecia su carrera.

Luego el domingo - a misa-
a poner a un santo, vela;
pero aquí -Dios nos revela-
lo que es la pura ambición,
que tiene en el corazón,
un “sabio” con su carrera.

Espero que su conciencia
pueda revolver su alma,
y otro Doctor, con más calma,
deshaga, lo que éste ha hecho,
pues del bien al mal, un trecho,
!Nos queda poca esperanza!

¡Gracias doctores queridos
que lucháis con gran tesón,
y sois la salvación
de tanto enfermo inocente,
que ayudáis diariamente,
con un tierno corazón!

Médicos/a de cabecera,
que aguantáis con tesón,
al viejo, sin ilusión,
porque la edad no perdona,
y el médico nos condona,
con justicia y con honor.

Estas verdades, son ciertas,
y por ciertas las conté;
pero no renegaré
de todos los ambiciosos,
porque a todos los golosos
nos gusta chupar la miel.

Cecilio García Fernández.
,

EJEMPLOSA PARA MEDITAR

Jesús, la luz del mundo
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio acerca de ti mismo; tú testimonio no es verdadero; Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido; pero vosotros no sabéis de donde vengo, ni a donde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi testimonio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre. (Juan 8:12, 13, 14, 15 y 16).
Jesús le dijo: Yo soy el camino la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Alberto, un niño de seis años de edad, se perdió en el centro de la ciudad. Halló un policía y le preguntó por el camino para regresar a su casa. Éste le explicó que trayecto debía de seguir; pero de repente el pequeño prorrumpió en sollozos; estaba demasiado nervioso para escuchar las indicaciones. En ese instante llegó un vecino, lo tomó de la mano y sé lo llevó. Cuando el niño estuvo demasiado cansado, lo tomo en sus brazos y lo llevó hasta su casa.
La gente puede dar consejos; es necesario hacer esto ó lo otro, ir acá ó allá, consultar a fulano o a zutano. El punto común de muchas soluciones humanas es apelar, recurrir a los propios recursos; pero ¿Qué hacer cuando no se tienen más fuerzas? ¿Qué hacer cuando uno está disgustado con la vida, con los demás y hasta con uno mismo? Sencillamente aceptar el socorro que Jesús nos propone. Él nos recibe tal como somos. No es solo un maestro que enseña a pensar, es el Salvador, el que se encarga de todo lo que nos supera.
Todo aquel que se ha entregado a Jesús, de verdad, de corazón, debe de tener la seguridad absoluta del poder que Jesús tiene, ya que se manifiesta en nosotros con toda autoridad. Si nuestra vida no cambia es que la entrega no fue sincera, ya que Jesús tiene que vivir en nosotros, por medio del Espíritu Santo, y éste actúa cambiando vidas, costumbres, hábitos y toda palabrería impropia de un cristiano.
Yo tuve experiencias que me han servido para perder la poca fe que tenía, porque pretendía ver a Dios a través de los sacerdotes, porque no tenía experiencia ni edad para comprender que ellos tienen las mismas debilidades que yo y los mismos defectos y por lo tanto no están capacitados para predicar con el ejemplo:
Los primeros años de mi infancia me marcaron mucho y luego, llegué a creer que Dios no existía, puesto que mi fe se basaba en el comportamiento de los curas. Lamentablemente perdí los mejores años de mi vida y hasta los cuarenta y pico años, no conocí el Evangelio, que fue el que realmente me llevó a Cristo.
Yo observaba tristemente, que éste Dios que veía a través de otros, ya que las sotanas me imponían mucho respeto, por considerarlos superiores, y más perfectos que el resto de los mortales, no era el que yo quería, porque no comprendía la causa por la que, para creer a Dios, tenía que realizar muchas reverencias y rezos que se componen de repeticiones, que no salen del corazón, y van dirigidos a imágenes, no a Dios, como Cristo nos manda. y eso no me entraba ni en el corazón ni en la mente.
Luego, yo no podía admitir que un hombre, por llevar sotana, podía confesar y perdonar pecados que ellos mismos estaban cometiendo, además de que, preguntar ó examinar a un niño, hombre ó mujer, es un acto humillante. Recibir reprimendas y poner penitencias a un pecador, en un confesionario, no es precisamente un acto de humildad, sino todo lo contrario, porque no sirve para nada, y humilla y avergüenza a la persona que se tiene que arrodillar ante otro pecador. En primer lugar, la Palabra de Dios dice que no te inclinarás ante ningún hombre y que te confieses ante Dios, pero sin estrujar tu memoria, ya que él conoce todos nuestros pensamientos, e incluso nosotros ignoramos muchos de los pecados que cometemos, por falta de conocimiento de la Palabra de Dios.. La base principal es el arrepentimiento, y no seguir pecando. Tal como hizo Jesús con la mujer samaritana, que había adulterado. ¡Vete y no peque más!; pero no le mandó rezar cinco rosarios; ni le puso ninguna penitencia; porque Jesús nos enseñó a orar y está en contra de toda palabrería aprendida de memoria, que no sale del corazón, además tenemos un Dios Grande y Poderoso, como para que tengamos que humillarnos y arrodillarnos ante un semejante.
¿De dónde han sacado las religiones todos estos actos que van contra la Ley de Dios?. Oremos por todos los que tales cosas hacen con sus semejantes; porque solo Dios está capacitado para perdonar y salvar, siendo CRISTO JESÚS EL ÚNICO INTERMEDIARIO ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES. Oremos para que Dios tenga misericordia por los que practican tales actos con sus semejantes. Por mucha teología y filosofía que el hombre estudie, no les da derecho a humillar a niños, mujeres y ancianos. Imitemos a Cristo y a los apóstoles, que no han estudiado filosofía.

Cecilio García Fernández

EFESIOS

EFESIOS 4:28 – El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. 29- Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracias a los oyentes. 30 – Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. 31 – Quítese de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia.
5:5 - Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es “idólatra” tiene herencia en el Reino de Cristo y de Dios. 24 – Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. 33 – Por lo demás, cada uno de vosotros ame a su mujer también como a sí mismo; y la mujer respete a su marido
6:11 – Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. 12 – Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de éste siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. 15 – y calzados los pies con el apresto del Evangelio de la paz. 17 – Y tomar el yelmo de la salvación, y la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios., 18 – orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; 19 – y por mí, al fin de que al abrir mí boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del Evangelio, 20 – por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar.

No se debe hablar de Dios, sin tener conocimiento,
y debemos ser prudentes, y llevarlo muy adentro.
Hay miles de confusiones en los temas religiosos,
y tantos que viven bien, que presumen orgullosos.
La más “alta jerarquía” practica el politiqueo,
son dueños del capital, a costa del pobre obrero.
Hoy el mundo está perdido en la más pura miseria.
¿Quién son los dueños del mundo?
¡Son los que nos dan más “leña”!
Jesús bien nos avisó, por medio de Su Palabra.
La “religión”, en Su tiempo, lo martirizó con saña.
Lo clavaron en la Cruz y murió como un cordero.
Luego siguieron matando, lo mismo que hizo el clero.
Recordar la inquisición. ¡Tiene que ser recordada!
¡Puede haber repetición! ¿Y no vamos hacer nada?
Solo podemos orar, con toda la devoción;
pero Satanás es fuerte. Es más fuerte que un león.
Mientras vivas en la tierra, vives con libre albedrío,
puedes ser fiel al Señor, ó meterte en un buen lío.
Oremos unos por otros, como nos mandó el Maestro,
y saber que en este mundo, todo lo que hay, no es nuestro.
Y no hay otra solución. ¡Se mida, como se mida!
Hay que seguir la Palabra, y cumplir su mandamiento.
Vivamos igual que Cristo, con todo el entendimiento.
Si estudiamos nuestra historia, nos morimos de pesar,
Cristo murió por nosotros y no le hacemos ni caso.
Cuando nos llegue la hora, se nos presenta el fracaso.
Por eso yo, que té quiero, te diré -siempre sincero-
Vayamos siempre a Jesús, único Dios verdadero.

Cecilio García Fernández.

DUREZAS DE CORAZÓN

Los corazones son duros lo mismo que el pedernal.
Los hay tan endurecidos, que jamás pueden amar.
No los ablanda el amor, siempre piensan en el mal.

¿Y quién los endureció? No dar a Cristo importancia.
Sabemos bien que el dinero nos lleva hacia la arrogancia.
Son hombres, sin corazón; por el maldito dinero,
que hace del propio egoísmo, un taimado basurero.

Se sienten muy importantes, porque flotan en dinero.
Poseen todo el poder, y abusan del más sincero.
Aumentan las diferencias, entre rico y pordiosero.
¿Dónde tienen la conciencia? Si la tienen, no la veo.

No conocen el amor, porque no tienen clemencia,
y siempre trabajan sucio. ¡Debemos tener paciencia!
Los pueblos se mueren de hambre, y están faltos de justicia;
Pero hay bastantes tiranos, que los come la avaricia.

El cristianismo no existe, lo matan las “religiones”.
Esto se ve diariamente; pero en todas las naciones.
Te “salvan”, por el dinero; pero, “no tiene importancia”
¡Lo van a pagar muy caro! Jesús no quiere arrogancia.

Jesús fue muy rechazado por los hombres religiosos
y pedían Su cabeza; pero además, muy gozosos.
Fue despreciado por todos y clavado en una cruz.
Pedro le negó tres veces, siendo un hombre de gran Luz

Tú misericordia es grande ¡Nos diste la salvación!
Tú no distingues las razas, ni los pueblos, ó nación.
Para Ti no hay blanco ó negro; no distingues el color.
Tú nos viniste a salvar, pagando con Tu dolor.

Diste Tú Sangre Divina por salvar la humanidad.
Te matamos en la cruz. ¡Así sabemos pagar!
Por eso, los religiosos, jamás se pueden salvar.
Hay que arrepentirse pronto, que aquí no vas a quedar.

Cecilio García Fernández.
San Martín de Podes

domingo, 22 de agosto de 2010

DONES Y AGRAVIOS

Siempre molesta el agravio
si nos hablan con desprecio;
mas, no le hagamos aprecio,
ya que es muy malo sufrir,
y aquel que te quiere herir,
ya sabes que es un gran necio.

Aprendamos para siempre
que la vida es una lucha,
y el ingrato que no escucha,
es que no sabe escuchar,
porque, solo “sabe” hablar;
por no ser persona ducha.

La lucha, es muy desigual,
pues el débil ofendido,
solo dará un alarido,
cuando se ve muy maltrecho;
más, no des golpes de pecho
cuando te encuentres herido.

Sufre con resignación;
¡Mira como sufrió Cristo!
y aunque ha bajado al abismo,
fue por su gran convicción,
y nos dio buena lección,
¿Aprenderemos lo mismo?

En la lucha desigual
jamás te debes meter;
es preferible perder
que andar siempre en la batalla,
y aunque saltes bien la valla,
es imposible vencer.

Si encuentras la vanidad,
cuando te estás paseando,
no preguntes como y cuando
se entromete en tu camino;
pues, son cosas del destino,
cosas que nos van pasando.

Si la envidia se te acerca,
y acaricia tus mejillas,
ora, puesto de rodillas,
y clama a Cristo el Señor,
porque va hacerte el favor,
ya que él,hace maravillas.

Los deseos de la carne
son de gran esclavitud;
Mira, que Dios té de Luz
para librarte de ella;
y no mires la doncella,
pon tu mirada en la Cruz.

Hay dones para las almas,
y hay almas, para los dones,
y siempre sobran razones
para poder ofrecer,
sonrisas y buen hacer,
que alegren los corazones.

Una sonrisa en tus labios,
y una expresión de cariño,
son, como el beso de un niño
que tanto nos enternece;
y esta sonrisa merece,
el mejor de los aliños.

Agradecer es virtud,
y no hacerlo, un desprecio;
es como no poner precio
a una joya muy valiosa,
como si fuese una “cosa”
que no merece, ni aprecio.

Si dan la vida por ti,
¿hay algo de más valor?
¡Respondedme por favor!
no rehúses la pregunta;
porque, lo malo se junta,
pero siempre a lo peor.

¿Cómo se puede pagar
a quien hizo el sacrificio?
Que reconozcas tu vicio,
y que le pidas perdón:
Es el mayor galardón
de un español, o fenicio.

Y después de arrepentido,
trata de imitarle en todo;
Mira, que me hizo de lodo,
y él dio su vida por mi;
mas no se olvidó de ti.
¿Es que te parece poco?

Cecilio García Fernández.

sábado, 21 de agosto de 2010

DONES DE DIOS

De los dones que Dios da,
el más grande es el amor.
¿O es que acaso no se ve?
¡Con este don no hay dolor!!
Quien carece de estos dones,
jamás conoció al Señor.
Al Señor de los perdones,
el que destruye el rencor.

Nos quita todo lo malo.
Nos quita, hasta el dolor.
Nos quita, hasta la envidia,
prima hermana del rencor.
La envidia nos envenena.
La envidia causa dolor
y circula por la mente,
y por nuestro corazón.

Dios mío, cuantas maldades
guarda nuestro corazón.
Por eso yo clamo a Ti
y me sobra la razón.
¡Jamás té apartes de mí!
y dame Tú salvación,
pues yo, ya me entregué a Ti,
porque me diste el perdón.

El mundo no te conoce,
es un mundo de dolor.
El mundo, siempre a lo suyo,
sin otra preocupación.
¡Esta es la ley del más fuerte!
y dicen que es la mejor.
Hay que vivir, pues la muerte,
te llega como un traidor.

Nos dicen que Dios existe;
pero, ¿ no será un error?
Hay que aspirar a ser ricos.
Ser ricos, es lo mejor.
Yo quiero ser dominante;
pero; ¡ con todo el honor.!
Si quieres ser buen amante,
No cometas ni un error.

¿No ves que son cuatro días,
y los cuatro con dolor?
No cometas osadías,
ablanda tu corazón.
Tú lucha con valentía,
como los hombres de honor.
Lucharé. ¡La vida es mía!
¡Yo no necesito amor!
Sigue, sigue por ese camino,
¡Ya llegará la factura!
Puedes beber de ese vino;
que aunque bebas con mesura,
lo vas a pagar muy caro,
sin ir a la sepultura.
¡Muchos piensan como tú,
y presumen de cultura!

Yo a Ti te pido Señor
que tengas benevolencia,
que escuches nuestro clamor,
que lo escuchen con paciencia.
¡Sácalos de ese error!
Necesitan Tu clemencia.
Apártalos del dolor,
y de toda indiferencia.

TÚ sabes muy bien Señor,
que fueron bien engañados,
por miles de religiones,
que están por todos los lados.
¡Abre sus ojos Dios mío!
y también ¡abre sus mentes!
Me causa pena y dolor
ver perderse a tanta gente.

Cristo murió en la Cruz
por todos los pecadores;
pero hay que creer en Él,
y pedirle mil perdones.
Él no quiere que te pierdas.
¿Por qué no entras en razones?
Si no quieres aceptarlo....,
vendrán las desilusiones.

Él te conoce muy bien.
No presumas de ser santo;
pues la bondad de los hombres
brilla, igual que un encanto.
Ya ves los tiempos que corren.
Y todo esto es corrupción.
La ley siempre fue del fuerte.
¿Qué importa tener razón?

¡Pide perdón a Jesús!
Y luego, arrepentimiento.
Muere con Él en Su Cruz,
y puedes partir contento.
Tendrás una vida eterna,
con mucho gozo y amor.
¡Por favor, llama a Su puerta!
que él te quitará el dolor.

Cecilio García