Todos queremos “saber”,
Cuando es más fácil AMAR;
Por eso Dios me hace ver,
Que yo tengo que aprender,
Que a Jesús he de imitar.
¡Dios mío, dame tu amor!
¡Dios mío, dame paciencia,
¡Dios mío, calma el dolor!
¡Dios mío, quita el rencor!
¡Dios mío, dame tu herencia!
Tú ya me diste ese amor,
que yo tanto te pedía;
Pero me queda el dolor,
de un cuerpo desolador,
que yo quizás merecía.
Tus pruebas resultan duras,
porque en Job lo comprobé,
En las verdes ó maduras,
hay que andar con armaduras,
pues somos como un bebé.
Después que la prueba pasa,
llega la tranquilidad,
y volvemos a la masa,
que jamás quema ni abrasa,
que es la gran fraternidad.
El alma sigue creciendo.
Complaciéndose de amor;
Mas siempre compadeciendo,
de aquel, que vive sufriendo;
Pero sin ningún rencor.
Quiero más sabiduría;
Pero no te pido ciencia;
Pues ha de llegar el día,
Que todo será armonía,
Por andar en obediencia.
¡Quiero recordarte, Padre,
que éste mundo de dolor,
tiene puertas que no se abren,
ante el llanto de esa madre,
que solo reparte amor!
Cuando Jesús vino al mundo,
fue clavado en una cruz,
luego, bajo hasta lo inmundo,
para salvar a éste mundo
y darnos su propia Luz.
Los sacerdotes ingratos,
le declararon la guerra;
Dándole muy malos tratos,
y no ven, que en sus retratos,
sus figuras nos aterran.
La religión de aquel tiempo,
como en todos los rincones,
llevarán el escarmiento,
de un soplo, igual que el viento,
por sus duros corazones.
Él no trajo religiones.
Ni ropajes ostentosos,
Ni se puso la coraza,
Ni tampoco te amordaza,
Como hacen los vanidosos.
Dominaban los romanos,
y él respetó sus mandatos;
Pues le sobraban razones,
por amar los corazones
para darnos buenos tratos,
Él siempre mandó leer,
Su Palabra Santa y Pura;
y siempre hay que obedecer,
si no quieres padecer
en la eterna sepultura.
Él solo vino a servir,
a ésta triste humanidad;
que nació para morir;
olvidando el porvenir,
por andar con la maldad,
Él protege con amor,
a los niños inocentes;
y sé, que siente el dolor,
cuando algún depravador,
los violan; pero cruelmente.
Cecilio García Fernández
San Martín de Podes
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