Jesús, la luz del mundo
Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Entonces los fariseos le dijeron: Tú das testimonio acerca de ti mismo; tú testimonio no es verdadero; Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido; pero vosotros no sabéis de donde vengo, ni a donde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi testimonio es verdadero; porque no soy yo solo, sino yo y el que me envió, el Padre. (Juan 8:12, 13, 14, 15 y 16).
Jesús le dijo: Yo soy el camino la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Alberto, un niño de seis años de edad, se perdió en el centro de la ciudad. Halló un policía y le preguntó por el camino para regresar a su casa. Éste le explicó que trayecto debía de seguir; pero de repente el pequeño prorrumpió en sollozos; estaba demasiado nervioso para escuchar las indicaciones. En ese instante llegó un vecino, lo tomó de la mano y sé lo llevó. Cuando el niño estuvo demasiado cansado, lo tomo en sus brazos y lo llevó hasta su casa.
La gente puede dar consejos; es necesario hacer esto ó lo otro, ir acá ó allá, consultar a fulano o a zutano. El punto común de muchas soluciones humanas es apelar, recurrir a los propios recursos; pero ¿Qué hacer cuando no se tienen más fuerzas? ¿Qué hacer cuando uno está disgustado con la vida, con los demás y hasta con uno mismo? Sencillamente aceptar el socorro que Jesús nos propone. Él nos recibe tal como somos. No es solo un maestro que enseña a pensar, es el Salvador, el que se encarga de todo lo que nos supera.
Todo aquel que se ha entregado a Jesús, de verdad, de corazón, debe de tener la seguridad absoluta del poder que Jesús tiene, ya que se manifiesta en nosotros con toda autoridad. Si nuestra vida no cambia es que la entrega no fue sincera, ya que Jesús tiene que vivir en nosotros, por medio del Espíritu Santo, y éste actúa cambiando vidas, costumbres, hábitos y toda palabrería impropia de un cristiano.
Yo tuve experiencias que me han servido para perder la poca fe que tenía, porque pretendía ver a Dios a través de los sacerdotes, porque no tenía experiencia ni edad para comprender que ellos tienen las mismas debilidades que yo y los mismos defectos y por lo tanto no están capacitados para predicar con el ejemplo:
Los primeros años de mi infancia me marcaron mucho y luego, llegué a creer que Dios no existía, puesto que mi fe se basaba en el comportamiento de los curas. Lamentablemente perdí los mejores años de mi vida y hasta los cuarenta y pico años, no conocí el Evangelio, que fue el que realmente me llevó a Cristo.
Yo observaba tristemente, que éste Dios que veía a través de otros, ya que las sotanas me imponían mucho respeto, por considerarlos superiores, y más perfectos que el resto de los mortales, no era el que yo quería, porque no comprendía la causa por la que, para creer a Dios, tenía que realizar muchas reverencias y rezos que se componen de repeticiones, que no salen del corazón, y van dirigidos a imágenes, no a Dios, como Cristo nos manda. y eso no me entraba ni en el corazón ni en la mente.
Luego, yo no podía admitir que un hombre, por llevar sotana, podía confesar y perdonar pecados que ellos mismos estaban cometiendo, además de que, preguntar ó examinar a un niño, hombre ó mujer, es un acto humillante. Recibir reprimendas y poner penitencias a un pecador, en un confesionario, no es precisamente un acto de humildad, sino todo lo contrario, porque no sirve para nada, y humilla y avergüenza a la persona que se tiene que arrodillar ante otro pecador. En primer lugar, la Palabra de Dios dice que no te inclinarás ante ningún hombre y que te confieses ante Dios, pero sin estrujar tu memoria, ya que él conoce todos nuestros pensamientos, e incluso nosotros ignoramos muchos de los pecados que cometemos, por falta de conocimiento de la Palabra de Dios.. La base principal es el arrepentimiento, y no seguir pecando. Tal como hizo Jesús con la mujer samaritana, que había adulterado. ¡Vete y no peque más!; pero no le mandó rezar cinco rosarios; ni le puso ninguna penitencia; porque Jesús nos enseñó a orar y está en contra de toda palabrería aprendida de memoria, que no sale del corazón, además tenemos un Dios Grande y Poderoso, como para que tengamos que humillarnos y arrodillarnos ante un semejante.
¿De dónde han sacado las religiones todos estos actos que van contra la Ley de Dios?. Oremos por todos los que tales cosas hacen con sus semejantes; porque solo Dios está capacitado para perdonar y salvar, siendo CRISTO JESÚS EL ÚNICO INTERMEDIARIO ENTRE DIOS Y LOS HOMBRES. Oremos para que Dios tenga misericordia por los que practican tales actos con sus semejantes. Por mucha teología y filosofía que el hombre estudie, no les da derecho a humillar a niños, mujeres y ancianos. Imitemos a Cristo y a los apóstoles, que no han estudiado filosofía.
Cecilio García Fernández
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