La codicia es muy astuta
y casi no hay quien la vea.
Actúa como batuta,
en las conciencias ajenas,
para cambiar el compás,
y hacer lo que no deseas.
Hacen, como la cizaña,
las que siembran en la tierra,
para destrozar el fruto,
que manos santas y tiernas,
han trabajado, sudando,
con honradez y conciencia;
Porque la vida nos brinda
jugadas que no son buenas.
Que matan con injusticias,
el amor y causas bellas,
que por suerte, en ésta vida,
no todo serán querellas.
Ya sé que Adán fue un ingrato,
y Eva, fue una mujer bella,
que lo engañó con astucia,
como Satanás a ella;
Pues la codicia nos mata
porque la ambición es terca;
y la mujer es muy hábil,
si el hombre no se despierta,
ante la Palabra Santa,
que es sabia, y siempre eterna,
que busca solo el amor
debajo de las estrellas,
para alcanzar perfecciones
que no se logran sin ella.
Luego, para más desgracia,
se juzga altaneramente,
y esto tiene poca gracia;
y perturba nuestra mente.
El orgullo es peligroso,
porque el orgullo enaltece,
y además nos envanece
y siempre sigue en sus trece.
El orgullo me estremece,
pues jamás seca, se crece,
como toda mala hierba
que nos siembra el enemigo,
para matarnos de hambre,
porque no ha crecido el trigo.
Hoy me asustan las maldades
que hay en nuestros corazones;
Porque envenenan las mentes
y no entramos en razones.
Siempre creyéndonos santos,
y viviendo de ilusiones,
que es engañarse uno mismo,
concediéndote perdones.
La codicia, la avaricia,
la envidia y la vanidad,
son partes de la maldad,
que nuestra mente cosecha;
Más el rencor a la brecha,
cerca de la hipocresía,
que suman más letanía
que todos vamos pagar;
pero existe más maldad
que no conviene olvidar.
Hay mentiras compulsivas
y promiscuidad sexual,
sin olvidar la lascivia,
que es otra fuente del mal.
Que decir del ocultismo
y de la pornografía
que nos mete en el abismo,
por vivir sin armonía.
Éstas maldades citadas;
Más mil, que voy a callar,
todas serán perdonadas
discerniendo el bien del mal;
Porque a Cristo el Poderoso,
puedes pedirle perdón,
reconocer su Palabra,
y humillarte ante Su amor.
No te confieses con hombres
que pecan como nosotros,
y por esto no te asombres,
porque son muy vanidosos.
No salgas en procesiones
por ser pura idolatría,
por adorar a un madero,
que fue un árbol, en su día.
Cristo lo perdona todo
y no pone penitencias,
y nos saca de los lodos,
sin hacerle reverencias.
San Martín de Podes
Cecilio García Fernández.
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