sábado, 17 de julio de 2010

AFLIJIDOS

Triste suena mi guitarra
cuando sufre el corazón,
y es que le sobra razón,
pues los acordes que suenan,
me recuerdan las cadenas
de cualquier triste prisión.
Cuando no tienes salud,
no puede haber alegría,
y aquí está la cuestión mía,
que la tengo que expresar,
aunque mejor es callar
cuando no hay sabiduría.
Según transcurren los años
van aumentando las penas,
que te atan como cadenas
y te tienen prisionero,
y aunque seas muy sincero
yo no puedo ser mecenas.
Pido perdón, por hablar,
por sentirme deprimido,
ó si quieres, afligido,
pues me quisiera alegrar;
pero tengo que tocar
mi instrumento preferido.
Por no gozar de salud,
por mis cervicales rotas,
ahora, ni corres ni trotas,
y andas con pasos muy lentos,
como van por los conventos
las monjas que son devotas.
Cuando las penas me atacan,
todas mis armas explotan,
y las venas se alborotan,
y no hay defensa que aguante,
porque ya no sirve el cante,
ni los tangos, ni las jotas.
Solo Dios puede quitarme
éste gran quebrantamiento;
con oración y lamento,
pues él nos escucha a todos;
y aunque somos como lobos,
él es nuestro gran sustento.
Hoy me tocó lamentarme;
mañana será otra cosa,
menos triste ó más gozosa,
pues no conozco el destino;
más la alegría, con vino,
es cosa muy deshonrosa.
Yo gracias doy al Señor;
pues sé que no se equivoca,
y mi mente no está loca
por decir esta verdad,
exenta de vanidad,
que ha salido de mi boca.

Que canten todos los hombres
alabanzas al Señor,
porque es el mejor honor
que le podemos rendir,
pues aunque haya que sufrir,
soportarlo es un honor.
El que anda por esta senda
del camino del dolor,
desembucha su candor,
de lo contrario revienta,
lo mismo que la tormenta
del turbión, cuando hay calor.
Cuando sufres, tú te aguantas,
pues nadie viene a calmarte,
y pocos tienen el arte
de darte un sabio consejo,
pues saben que, en su pellejo,
existe otro semejante.
Vamos a cambiar de tema
pues las tristezas son buenas
para seguir con las penas
destructoras de ilusiones,
que afligen los corazones
que tienen sangre en las venas.
Yo doy gracias por la vida,
porque vivo con certeza,
que de los pies a cabeza,
vivo con el pleno acuerdo
de que mi Rey es el Verbo,
y éste no admite tristezas.
¿Porqué tanto lamentarse
quien ha sido un pecador,
y conoce el sinsabor
del pecado primitivo,
que es igual que un vomitivo,
además de un deshonor?
Ya sabemos la razón
de nuestra maldad maldita,
pues en la tierra bendita,
la mujer no obedeció,
y el hombre también pico,
y la paz se nos marchita.
Cuando estamos en el vientre
nacemos ya pecadores,
con abundantes rencores
y una perversa maldad,
con orgullo y vanidad,
siempre aguantando dolores.
Más cuando Cristo murió,
y luego ha resucitado,
el pecado fue segado,
-para los que le creyeron-,
que son los que le siguieron,
con todo el mal perdonado.


Cecilio García Fernández.
San Martín de Podes

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